miércoles, 12 de mayo de 2021


2021 ADORACIÓN EUCARISTICA:

TE VAS, SEÑOR, PERO TE QUEDAS

 Cercana ya la Ascensión del Señor a los cielos, nos reunimos para compartir este momento con el Señor. Donde aquí mismo en el sagrario se realiza el gran misterio de las palabras de Jesús yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Subió a los cielos y se sentó a la derecha del padre, pero se quedó eternamente con nosotros en el mismo sacramento del pan y del vino, convertidos en su cuerpo y sangre. Estos son alimento para nuestro caminar diario y fuerza ante las dificultades, energía ante las enfermedades y ánimo ante cualquier prueba o circunstancias negativas de la vida.

Es un “misterio” que tenemos que contemplar y rezar. “Se va, pero se queda”. Nos dice que no nos dejará huérfanos: “¡Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos!” Es una experiencia espiritual de la “Glorificación de Jesucristo”: Señor de la Historia y del Universo, Alfa y Omega del Cosmos, que está siempre con Dios Padre y a la vez con nosotros en todo tiempo y espacio humanos.

Con la Ascensión de Jesús a los cielos culmina su misión en esta tierra y es el comienzo de la Iglesia, de los testigos de Cristo.

Eso significa que debemos ser a la vez “escaleras” y “puentes”.

“Escaleras” para subir por la oración hacia arriba, para mirar los valores celestiales, para pararnos a adorar y ser mejores cristianos.

“Puentes” para realizar una salida hacia los otros; ser para los demás. Llevar a Jesús a los demás, trabajar por la extensión del Evangelio de Jesús.

Hasta la Ascensión era el tiempo de Jesús, ahora es el tiempo de la Iglesia, de nosotros, que somos los testigos de Jesús en el mundo.

El poeta indio Tagore decía: “Mirad la luz de las estrellas, pero sin olvidar echar leña al hogar de vuestra casa, porque la luz de las estrellas no os va a calentar a vosotros, ni a vuestros hermanos”

Por tanto, es la hora del relevo, no quedarse plantados, sino hacer todo lo posible para que venga el Reino de Cristo.

Hoy recordamos y celebramos el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre...

Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser sacramentos; manifestación y presencia de lo sagrado, iluminados por la luz celestial.

Esta fe, aumentada por la ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu Santo, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y jóvenes frágiles han luchado en todo el mundo por esta fe hasta derramar su sangre.

Se aproxima el día de la Ascensión, y el sentimiento que surge es contradictorio: duele que el Amigo se vaya. Duele y, seguramente, les dolió en las entrañas a aquel grupo de confidentes y de entusiastas que pensaban que el reino de Dios estaba a la vuelta de la esquina. Nos duele a nosotros; quisiéramos una presencia más impactante y sonora de Jesús en el mundo: ¡son tantas cosas las que nos sacuden y preocupan! ¿Es ahora, Señor, cuando vas a instaurar tu Reino? ¿Ahora te vas, Señor, cuando estamos sumergidos en esta pandemia universal, cuando en el mundo se debaten problemas que afectan a nuestro modo de concebir y estructurar la sociedad, la familia, el amor y hasta la misma escala de valores?

La Ascensión del Señor es el último misterio de su presencia terrena y el primero que nos toca a nosotros. La hora de partir, no hacia lejanos continentes (aunque también) y sí hacia esos lugares que están distantes del Evangelio; de descender a esos corazones tibios en la fe y que viven codo a codo con nosotros y que nos resulta tan difícil proponerles e invitarles al encuentro con Cristo.

Jesús asciende al encuentro de Dios, pero se ha quedado de una forma entrañable, viva, alimentadora y transformadora en la Eucaristía. Que, ya desde ahora, le pidamos que el Espíritu Santo nos haga transmitir por los cuatro costados de nuestra vida la alegría de la fe.

Dios, nos necesita como “otros cristos” anunciando sin temor ni vergüenza, con pasión y con entusiasmo la novedad del Evangelio. Vete a los cielos, Señor, pues has cumplido más que sobradamente. TE VAS, SEÑOR, PERO TE QUEDAS 

 

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