2021 ADORACIÓN EUCARISTICA:
TE VAS, SEÑOR, PERO TE QUEDAS
Cercana ya la Ascensión del Señor a los cielos, nos reunimos para compartir este momento con el Señor. Donde aquí mismo en el sagrario se realiza el gran misterio de las palabras de Jesús yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Subió a los cielos y se sentó a la derecha del padre, pero se quedó eternamente con nosotros en el mismo sacramento del pan y del vino, convertidos en su cuerpo y sangre. Estos son alimento para nuestro caminar diario y fuerza ante las dificultades, energía ante las enfermedades y ánimo ante cualquier prueba o circunstancias negativas de la vida.
Es un
“misterio” que tenemos que contemplar y rezar. “Se va, pero se queda”. Nos dice que no nos dejará huérfanos: “¡Yo
estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos!” Es una experiencia espiritual
de la “Glorificación de Jesucristo”: Señor de la Historia y del Universo, Alfa
y Omega del Cosmos, que está siempre con Dios Padre y a la vez con nosotros en
todo tiempo y espacio humanos.
Con la
Ascensión de Jesús a los cielos culmina su misión en esta tierra y es el
comienzo de la Iglesia, de los testigos de Cristo.
Eso significa
que debemos ser a la vez “escaleras” y “puentes”.
“Escaleras”
para subir por la oración hacia arriba, para mirar los valores celestiales,
para pararnos a adorar y ser mejores cristianos.
“Puentes” para
realizar una salida hacia los otros; ser
para los demás. Llevar a Jesús a los demás, trabajar por la extensión del
Evangelio de Jesús.
Hasta la
Ascensión era el tiempo de Jesús, ahora es el tiempo de la Iglesia, de
nosotros, que somos los testigos de Jesús en el mundo.
El poeta indio
Tagore decía: “Mirad la luz de las
estrellas, pero sin olvidar echar leña al hogar de vuestra casa, porque la luz
de las estrellas no os va a calentar a vosotros, ni a vuestros hermanos”
Por tanto, es
la hora del relevo, no quedarse plantados, sino hacer todo lo posible para que
venga el Reino de Cristo.
Hoy recordamos
y celebramos el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en
Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías
de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono
de Dios Padre...
Así, todas las
cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser sacramentos;
manifestación y presencia de lo sagrado, iluminados por la luz celestial.
Esta fe,
aumentada por la ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu
Santo, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el
fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores.
Hombres y mujeres, niños y jóvenes frágiles han luchado en todo el mundo por
esta fe hasta derramar su sangre.
Se aproxima el
día de la Ascensión, y el sentimiento que surge es contradictorio: duele que el
Amigo se vaya. Duele y, seguramente, les dolió en las entrañas a aquel grupo de
confidentes y de entusiastas que pensaban que el reino de Dios estaba a la
vuelta de la esquina. Nos duele a nosotros; quisiéramos una presencia más
impactante y sonora de Jesús en el mundo: ¡son tantas cosas las que nos sacuden
y preocupan! ¿Es ahora, Señor, cuando vas a instaurar tu Reino? ¿Ahora te vas,
Señor, cuando estamos sumergidos en esta pandemia universal, cuando en el mundo
se debaten problemas que afectan a nuestro modo de concebir y estructurar la
sociedad, la familia, el amor y hasta la misma escala de valores?
La Ascensión
del Señor es el último misterio de su presencia terrena y el primero que nos toca
a nosotros. La hora de partir, no hacia lejanos continentes (aunque también) y
sí hacia esos lugares que están distantes del Evangelio; de descender a esos
corazones tibios en la fe y que viven codo a codo con nosotros y que nos
resulta tan difícil proponerles e invitarles al encuentro con Cristo.
Jesús asciende
al encuentro de Dios, pero se ha quedado de una forma entrañable, viva,
alimentadora y transformadora en la Eucaristía. Que, ya desde ahora, le pidamos
que el Espíritu Santo nos haga transmitir por los cuatro costados de nuestra
vida la alegría de la fe.
Dios, nos
necesita como “otros cristos” anunciando sin temor ni vergüenza, con pasión y
con entusiasmo la novedad del Evangelio. Vete a los cielos, Señor, pues has
cumplido más que sobradamente. TE VAS, SEÑOR, PERO TE QUEDAS
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