2021 AÑO B TIEMPO DE PASCUA: ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Ahí estaban sus
discípulos medio confundidos, y un pequeño núcleo de mujeres, fieles y
valientes. Lo siguieron durante tres años por los caminos de Palestina, no
entendieron mucho, pero le querían mucho y allí delante de ellos asciende a lo
más alto del cielo.
La ascensión conmemora
que Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha del Padre, pero a la vez se
quedó muy intensamente entre nosotros. El ascender de Jesús es un descender a
las profundidades de las cosas, a las profundidades de la creación y las
criaturas, y desde dentro presiona como una fuerza ascendente hacia una vida
más brillante. Decía el papa Francisco que: “Cristo
resucitado habita en lo más profundo de cada ser, rodeándolo con su cariño y
penetrándolo con su luz”
La Iglesia tiene ya
veinte siglos. Atrás quedan dos mil años de fidelidad y también de no pocas
infidelidades. El futuro parece sombrío. Se habla de signos de decadencia en su
seno: cansancio, envejecimiento, falta de audacia, resignación. Crece el deseo
de algo nuevo y diferente, pero también la impotencia para generar una
verdadera renovación. Jesús seguirá vivo en medio del mundo. Su movimiento no
se extinguirá. Siempre habrá creyentes que actualicen su vida y su mensaje. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo”.
Marcos nos dice que,
después de la Ascensión de Jesús, los apóstoles “proclamaban el evangelio por todas partes y el Señor actuaba con
ellos”. Esta fe nos lleva a confiar también hoy en la Iglesia: con retrasos
y resistencias tal vez, con errores y debilidades, siempre seguirá buscando ser
fiel al evangelio. Nos lleva también a confiar en el mundo y en el ser humano:
por caminos no siempre claros ni fáciles el reino de Dios seguirá creciendo.
Jesús confía el anuncio
del Reino a los que le quieren y los envía a animar a los cojos a andar por todos
los caminos del mundo: nos envía a enseñar que la pequeña semilla de mostaza,
que la pizca de sal, que somos luz para el mundo y para eso el único instrumento
que nos da es un corazón ardiente para contagiar del evangelio a toda criatura.
Es la hora de la Iglesia, de la comunidad, tu hora y la mía. Vayamos a perfumar
las vidas que encontremos con el cielo, y enseñémosles el oficio de vivir, como
lo hizo Jesús mostrando el rostro bien alto y luminoso.
Bautizar, que significa
sumergir al pueblo en Dios, empapar del cielo, impregnar de Dios, empapar en
agua viva: hacer del mundo un bautismo, un laboratorio de inmersión en Dios, en
ese Dios que Jesús describió como amor y libertad, como ternura y justicia.
Cada uno de nosotros recibe hoy la misma misión que los apóstoles: proclamar.
Nada más. No dice: organizar, ocupar puestos clave, hacer grandes obras benéficas,
sino simplemente, anunciar: El
Evangelio, la buena noticia, la historia de la ternura de Dios.
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