miércoles, 2 de junio de 2021

2021 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA.

 LA EUCARISTÍA: CENTRO, CULMEN, FUENTE DE VIDA

“Yo soy el pan de vida, dice Jesús. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 48-51). 

A los pies del sagrario queremos saborear palabra por palabra y afecto por afecto estos pensamientos encerrados en estos versículos. 

Cuando nos dices Yo soy, te miramos, Señor, desde la ventana de la fe que nos has dado, y confesamos que te reconocemos como Hijo de Dios que has venido hasta nosotros. Tú eres el Amor, la Vida, la Amistad, la Salvación. 

Tú eres Pan vivo bajado del cielo, pensamos que te ofreces a nosotros como un manjar en la mesa del banquete, amistad, conversación, abrazo. ¡Tan humilde te haces que llegas a nuestra tienda pobre para invitarnos! 

En la Sagrada Escritura, y en toda la tradición cultural, la simbología del pan es muy clara: representa el alimento básico que necesita todo hombre para vivir. Es un modo más concreto de decir comida, tomando la imagen más frecuente en todas las culturas. Cristo usa esta imagen aplicándola a la vida humana, más allá del mero subsistir biológico. Igual que todo hombre necesita comer, alimentarse, para que su cuerpo se desarrolle con normalidad, de igual modo todo hombre necesita a Cristo para crecer y vivir como ser humano, que ama y es amado, que conoce y es conocido, que se interrelaciona con todo lo que le rodea.

Comer de tu pan es tener vida para siempre, nos haces olvidar nuestras apetencias de placeres y manjares terrenos. Tú ofreces otros tan elevados y nobles que mantienen la vida para siempre en tu felicidad. ¡Danos Señor, hambre de tu pan de vida, hambre de vivir en ti! 

Jesús nos recuerda expresamente: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Si descuidamos los sacramentos, si nos creemos tan fuertes que pretendemos ser santos con nuestras solas fuerzas, vamos a fracasar. Seamos humildes, sencillos, y acerquémonos a recibir el alimento de la Eucaristía, este maravilloso regalo que Dios nos ha dado para acompañarnos en nuestro peregrinar por esta vida, en camino hacia el cielo.

Jesús no es sólo alimento; es también nuestra mejor compañía. Una alegría compartida es mayor alegría, y una pena compartida es más llevadera. Por eso el Señor nos dejó un modo de acompañarnos más íntimo que su presencia como Creador del mundo. Dios está en todas partes; pero su amor delicado le llevó a quedarse cerca de nosotros de un modo especial en la Eucaristía. Esta presencia, esta compañía, es tan íntima que nos permite tenerle dentro de nuestro corazón. Ya no es sólo un Dios cuidador que está cerca de su creatura; ni siquiera un buen amigo que está a nuestro lado. Es alguien que entra en nuestro interior más profundo, que nos acompaña desde lo más íntimo de nuestro corazón, desde el fondo de nuestra alma.

Señor, tu nos invitas a comer para saciar nuestra hambre y a beber para saciar nuestra sed. Mas no a comer y beber de la cosecha de nuestros campos y de nuestras viñas, sino a comer y beber de ti mismo: de tu cuerpo y sangre. Porque sin participar de su banquete, en su carne y en su sangre, nuestra vida fluye sin sentido, por ríos que nacen en manantiales turbios. 

Tu concedes fecundidad a nuestra vida eucarística, a la comunión espiritual-sacramental contigo, al compromiso sellado en la intimidad de un banquete de bodas.

Te doy gracias, Señor. Vivir en ti y contigo, alimentándonos en la corriente viva de los sacramentos, y en el amor que se derrama en caridad, es ponerse en camino a la vida eterna. 

Comer tu cuerpo y beber tu sangre es vivir en ti, y que viviendo en ti hay que prodigarse en las obras de amor que quedaron selladas en la mesa del banquete eucarístico. 

No hay traje de boda sin caridad, no hay invitación al banquete si no media el amor y la solidaridad, no hay nacimiento a la eternidad venturosa si no se lleva en la frente el sello del amor universal, generoso, oblativo... 

¡Gracias Señor, por tu palabra, por tu verdad, por tu Eucaristía! 

 

 

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