SÁBADO 30 de Abril 2022
NOVENA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS
DÍA SEGUNDO: SANTA MARÍA, VIRGEN Y MADRE
2022 AÑO C TIEMPO DE PASCUA III
Todo acontece en el
amanecer. “Toda nuestra vida es un
continuo amanecer" (María Zambrano), la luz progresivamente va
creciendo. Pedro y sus compañeros regresan rendidos, han vuelto a su vida
anterior. El paréntesis de esos tres años de caminos, viento, sol, palabras de
vida no les renovó el corazón y volvieron a la vida cotidiana. "Pero esa noche no pescaron nada".
En ese amanecer en el
lago, el milagro no está en la pesca extraordinaria, está en Pedro que salta al
agua, que nada como puede, anhelando un abrazo del maestro, que le espera en esa
pequeña hoguera en la orilla. Donde Jesús ha preparado un poco de comida, se ocupa
de recibirlos bien, cansados como estaban.
En esa playa, alrededor
del pan y el pescado, se realiza un diálogo, quizá el más hermoso del mundo.
Tres preguntas muy cortas y llamativas, dirigidas a un pescador mojado como un
polluelo, y el amanecer es frío; a Pedro que tiembla cerca de las brasas,
temblando por el frío y por la pregunta candente: Simón de Juan, ¿me amas más que a todos?
A Jesús no le interesan
los aspectos doctrinales, lo que busca son los vínculos interpersonales. Quiere
saber si ha sembrado amor, sólo entonces podrá volver al Padre. Santa Teresa de
Ávila, en un éxtasis, escucha: "Por
un te quiero dicho por ti, Teresa, volvería a hacer el universo".
Jesús quiere hacer de nuevo a Pedro, no le interesan los remordimientos, la
culpa, el arrepentimiento, sino los corazones reavivados.
Esta pregunta que el
Resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes
que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de
amor a Jesucristo.
Es el amor lo que
permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos
puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama
apenas puede entender algo acerca de la fe cristiana.
Tenemos razones que
invitan a creer en Jesucristo. Pero, si lo amamos, no es por las explicaciones
que nos ofrecen los teólogos, sino porque Jesús despierta en nosotros una
confianza radical en él.
Cuando queremos
realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos,
nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y
transformada por ella, por su vida y su misterio.
Por eso, creer en
Jesucristo es mucho más que aceptar verdades acerca de él. Creemos realmente
cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar,
nuestro querer y todo nuestro vivir. Este
amor a Jesús no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario,
es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la
mediocridad y la mentira.
Ojalá fuéramos capaces
de escuchar con sinceridad la pregunta del Resucitado: ¿me amas?
2022 MEDITACIÓN EUCARISTICA.
LA PASCUA Y LA FRATERNIDAD
UNIVERSAL
Porque la fraternidad es el fruto de la Pascua de Cristo que, con su muerte y resurrección derrotó el pecado que separaba al hombre de Dios, al hombre de sí mismo, al hombre de sus hermanos. Pero nosotros sabemos que el pecado siempre separa, siempre hace enemistad. Jesús abatió el muro de división entre los hombres y restableció la paz, empezando a tejer la red de una nueva fraternidad. Es muy importante, en este tiempo nuestro, redescubrir la fraternidad, así como se vivía en las primeras comunidades cristianas.
Cuento sobre
la fraternidad: otra forma de amistad.
Cuentan que dos hermanos que habían heredado un
campo de sus padres y ambos habían construido sus casas allí, distantes unos doscientos
metros.
El hermano mayor, Juan, era soltero y estaba muy
feliz con su trabajo en el campo y los diversos hobbies que tenía. El hermano
menor, Pablo, estaba casado y tenía dos hijos y un hija; también vivía muy
feliz con su mujer y su trabajo. Los dos se dedicaban a la siembra, pero para
no tener inconvenientes de ningún tipo había separado el campo en dos parcelas
iguales y también guardaban el fruto de la cosecha en graneros separados.
Sin embargo, una noche, Juan pensó que la situación
era injusta. Se dijo que él era soltero y no necesitaba tanto como su hermano
que tenía mujer e hijos que mantener. Entonces decidió ir a su granero, llenar
una bolsa grande, cargarla en sus hombros y llevarla, en el silencio de la
noche hasta el granero de Pablo.
Casi al mismo tiempo, Pablo también pensó que la
situación era injusta. Se dijo que él era casado y que tenía hijos que iban a
cuidar de él en su vejez. Sin embargo, su hermano Juan, por ser soltero,
necesitaba contar con más recursos. Entonces decidió ir a su granero, llenar
una bolsa grande, cargarla en sus hombros y llevarla, en el silencio de la
noche hasta el granero de Juan.
Así fue que, cada noche, protegidos por el silencio
y la oscuridad, los dos llevaban una bolsa grande de granos hasta el depósito
de su hermano.
Claro que, al hacer ambos lo mismo la cantidad de
granos permanecía invariable sin que ellos lo percibieran. Esto fue así durante
mucho, muchísimo tiempo, hasta que una noche coincidieron sus horarios y se
encontraron cargando la bolsa en la mitad del trayecto.
No hizo falta que se dijeran ni una sola palabra.
Juan y Pablo se dieron cuenta de inmediato lo que estaba haciendo su hermano.
Dejaron caer la bolsa a un costado del camino y se dieron un fuerte y casi
diría interminable abrazo.
Redescubrir cómo
dar espacio a Jesús que nunca separa, siempre une. No puede haber una verdadera
comunión y un compromiso por el bien común y la justicia social sin la fraternidad
y sin compartir. Sin un intercambio fraterno, no se puede crear una auténtica
comunidad eclesial o civil: existe sólo un grupo de individuos motivados por
sus propios intereses. Pero la fraternidad es una gracia que hace Jesús.
La Pascua de
Cristo hizo estallar algo más en el mundo: la novedad del diálogo y de la
relación, algo nuevo que se ha convertido en una responsabilidad para los cristianos.
De hecho, Jesús dijo: “En esto conocerán que todos sois discípulos míos: si os
tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 35). He aquí por qué no podemos
cerrarnos en nuestro privado, en nuestro grupo, sino que estamos llamados a
ocuparnos del bien común, a cuidar de los hermanos, especialmente de aquellos
más débiles y marginados.
Solo la
fraternidad puede garantizar una paz duradera, vencer la pobreza, extinguir las
tensiones y las guerras y erradicar la corrupción y la criminalidad.
Que el ángel
que nos dice: “ha resucitado”, nos ayude a vivir la fraternidad y la novedad
del diálogo y de la relación y la preocupación por el bien común.
Que la Virgen
María, que en este tiempo pascual invocamos con el título de Reina del Cielo,
nos sustente con su oración para que la fraternidad y la comunión que
experimentamos en estos días pascuales puedan convertirse en nuestro estilo de
vida y en el alma de nuestras relaciones.
2022 AÑO C TIEMPO PASCUAL
II. DOMINGO DE LA MISERICORDIA
Llevamos
ocho días celebrando el acontecimiento de la Resurrección. Fue un
acontecimiento que repercutió de tal manera en la Iglesia que se prolongará a
lo largo de 50 días. Los que vivieron la experiencia de encuentro con Jesús
resucitado, les transformó sus vidas: pasaron de vivir con miedo a exultar de
alegría, de estar encerrados a sentirse enviados, de vivir en la incertidumbre
a poder ver y tocar a su Señor, de no ver a creer, de creer a vivir dando
testimonio.
Hoy
segundo domingo de Pascua celebramos la misericordia que el Señor ha tenido con
nosotros al hacernos testigos de la resurrección de su Hijo, al no pedir
explicaciones a sus discípulos, acogemos su paz que nos ofrece, recibimos su Espíritu
Santo y asumimos la misión de ser enviados.
No podemos olvidar que los primeros discípulos su panorama no podía ser más
oscuro: su mesías, su Señor, que les había llenado de esperanza y mostrado a
Dios lleno de misericordia y compasión con sus hijos, había sido crucificado,
había muerto, había desaparecido: ¿Incertidumbre? ¿Miedo?
Hoy miramos a nuestro alrededor, a nuestro mundo y surgen las mismas
emociones y sentimientos. O tal vez tengamos la misma tentación que aquellos
discípulos: cerrar puertas y ventanas para protegernos, dejar fuera aquello que
nos asusta, o no entendemos, o no compartimos.
- Pero Jesús resucitado continúa diciéndonos “Paz a vosotros”. No es
solo un saludo o un buen deseo, más bien constituye el núcleo de la experiencia
pascual. Una experiencia de encuentro con Jesús vivo, que libera del
desencanto, del temor, que llena de alegría y, sobre todo, impulsa a vivir.
Esta es la primera consecuencia del encuentro con el resucitado, la
transformación personal, no en otra persona, sino en la misma, pero con un
impulso nuevo, el del Espíritu que nos saca de nuestro pequeño mundo y nos
envía a los demás, a un mundo que necesita oír y vivir “paz a vosotros”.
- “Sopló sobre ellos” para transmitirles el Espíritu Santo. El mismo
verbo que se utiliza en el Génesis para dar vida al hombre que Dios insufla. Así
el hombre se convirtió en un ser viviente y con este nuevo soplo de Jesús el
hombre es re-creado, re-animado para realizar su fe y su vida.
- El discípulo recibe una nueva misión: “Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo”. Es la misma misión de Jesús que encomienda a los
primeros discípulos: sanar, perdonar, anunciar el triunfo de la vida, llevar
paz.
- Somos enviados sin haber visto. Y la mejor forma de saber si
estamos en el camino correcto es ver si nuestra fe en Jesús cambia o no cambia
nuestra vida; si nos lleva a compadecer y compartir, a trabajar por la paz y la
justicia, si nos mueve a perdonar, si nos libra de la esclavitud del dinero y,
en definitiva, si nos empuja a rechazar valores que ofrece esta sociedad que
llamamos “civilizada” aun sabiendo que nos hace esclavos de nuestros deseos y
nos deshumaniza. La contemplación de
Jesús multiplica la fascinación y la adhesión hacia él, las obras nos confortan
y nos reafirman en sus criterios, y la comunidad nos contagia la fe porque al
vivirla en común se fortalece.
Alegrémonos
queridos hermanos porque Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte y la
oscuridad. En esta octava de Pascua y delante de ti Señor eucaristía queremos
agradecer esta oportunidad que nos ofreces de estar contigo, de sentir
profundamente la alegría de la vida que tú comunicas a tu Iglesia.
Tu encendiste esta fiesta continua en el corazón del
hombre. Nuestra fe viva y experiencial en Jesús resucitado convierte toda la
vida del cristiano en una auténtica fiesta.
La luz de la resurrección ilumina la vida entera y
le da sentido; es como el mástil central de la tienda de la fe, si se quiebra,
toda la tienda se viene abajo. No se trata de una mera noticia informativa que
atañe únicamente a Jesús, sino que ilumina y da sentido a nuestra existencia
personal y a la historia de la humanidad entera. Jesús tú eres la Palabra
última y definitiva de Dios hecha acontecimiento histórico.
A partir de tu resurrección nace la era definitiva,
acontece el final de los tiempos, se produce la plena revelación del proyecto
de Dios. Tu resucitaste "el primer día de la semana" y hace
referencia a la creación, a la nueva creación que supone tu resurrección. Las
mujeres fueron al amanecer de ese primer día, cuando aún estaba oscuro, y tu
Jesús sacramentado trajiste el día a la humanidad.
Que importante es la "Pascua", tu paso de
la muerte a la vida, la iglesia llamó no sólo a la Resurrección, sino también a
la Navidad, a la fiesta de Reyes e incluso a Pentecostés. Los cristianos
celebramos tu liberación de la muerte y del sufrimiento como garantía de
nuestra propia liberación definitiva. Por eso el misterio pascual inspira e
impulsa toda la espiritualidad comunitaria y personal, una espiritualidad
jubilosa, esperanzada y martirial.
Lamentablemente Jesús, el espíritu pascual no es la
tónica que domina entre los cristianos. Muchos están de luto y con indecible
miedo a la persecución; viven como si no creyeran en la resurrección, como sí tú
siguieras muerto. El tiempo pascual no dura solo unas semanas; el espíritu
pascual ha de reinar todo el año.
Es verdad que tenemos que poner de relieve el doble
aspecto del misterio pascual: la muerte y la resurrección. El resucitado es el
crucificado. No hay resurrección sin muerte martirial, sin la inmolación del
"hombre viejo", el hombre instintivo.
Porque tu resurrección Señor, no es un mero triunfo
personal, sino que marca el destino de cada uno y de toda la humanidad. El
destino de los miembros del cuerpo es el mismo destino de la cabeza. Tu
resurrección es la utopía realizada y la garantía absoluta de nuestra
glorificación. Dios Padre te dio enteramente la razón.
Tu resurrección, es explosión gloriosa del amor.
Decía S. Juan "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos
a los hermanos. No amar es quedarse en la muerte" (Jn 3,14-15). He aquí
una afirmación teológica genial y profunda. El amor es la vida y la ausencia de
amor es la muerte. La resurrección, la vida gloriosa, es la explosión del amor
que uno lleva dentro. El amor es la semilla de la resurrección. Seremos
transformados, glorificados, según la medida de nuestro amor. Celebrar Tu
resurrección no es lo mismo que celebrar la exaltación de alguien a quien
admiramos y queremos entrañablemente, sino que es celebrar que, gracias a tu
resurrección, estás entre nosotros, actúas en nosotros, nos liberas. Es
celebrar anticipadamente nuestra propia plenitud gloriosa. Cristo resucitado
enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. Tu resurrección, Señor
Jesús infunde dinamismo y alegría en el vivir y en el quehacer, porque, en
verdad, más vale morir por algo, como Tú, que vivir para nada. Como Tú, por la
muerte, llegaremos a la vida en plenitud.
La fe en ti, Jesús resucitado hace diferente al
cristianismo. No somos discípulos de un muerto. No eres un gran personaje que
ha pasado a la historia; estás en la historia, haces historia. Tú no eres como
los demás maestros: dejan una doctrina, marcan un camino, y se van. Tú estás
con nosotros en la construcción del Reino, acompañas a cada persona, a cada
familia, a cada comunidad.
Por estar resucitado has roto las categorías de
tiempo y espacio, y estás cercano a todos, contemporáneo de todos. Tú nos invita
a tener la experiencia de tu cercanía: Desde esta cercanía nos dices como a tus
contemporáneos: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os
aliviaré". Porque de poco nos serviría que hubieras resucitado y estuvieras
vivo si parecieras ausente; y de nada nos serviría que estuvieras cercano si no
tenemos experiencia de tu cercanía. Amén