2022 AÑO C TIEMPO DE PASCUA III
Todo acontece en el
amanecer. “Toda nuestra vida es un
continuo amanecer" (María Zambrano), la luz progresivamente va
creciendo. Pedro y sus compañeros regresan rendidos, han vuelto a su vida
anterior. El paréntesis de esos tres años de caminos, viento, sol, palabras de
vida no les renovó el corazón y volvieron a la vida cotidiana. "Pero esa noche no pescaron nada".
En ese amanecer en el
lago, el milagro no está en la pesca extraordinaria, está en Pedro que salta al
agua, que nada como puede, anhelando un abrazo del maestro, que le espera en esa
pequeña hoguera en la orilla. Donde Jesús ha preparado un poco de comida, se ocupa
de recibirlos bien, cansados como estaban.
En esa playa, alrededor
del pan y el pescado, se realiza un diálogo, quizá el más hermoso del mundo.
Tres preguntas muy cortas y llamativas, dirigidas a un pescador mojado como un
polluelo, y el amanecer es frío; a Pedro que tiembla cerca de las brasas,
temblando por el frío y por la pregunta candente: Simón de Juan, ¿me amas más que a todos?
A Jesús no le interesan
los aspectos doctrinales, lo que busca son los vínculos interpersonales. Quiere
saber si ha sembrado amor, sólo entonces podrá volver al Padre. Santa Teresa de
Ávila, en un éxtasis, escucha: "Por
un te quiero dicho por ti, Teresa, volvería a hacer el universo".
Jesús quiere hacer de nuevo a Pedro, no le interesan los remordimientos, la
culpa, el arrepentimiento, sino los corazones reavivados.
Esta pregunta que el
Resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes
que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de
amor a Jesucristo.
Es el amor lo que
permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos
puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama
apenas puede entender algo acerca de la fe cristiana.
Tenemos razones que
invitan a creer en Jesucristo. Pero, si lo amamos, no es por las explicaciones
que nos ofrecen los teólogos, sino porque Jesús despierta en nosotros una
confianza radical en él.
Cuando queremos
realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos,
nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y
transformada por ella, por su vida y su misterio.
Por eso, creer en
Jesucristo es mucho más que aceptar verdades acerca de él. Creemos realmente
cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar,
nuestro querer y todo nuestro vivir. Este
amor a Jesús no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario,
es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la
mediocridad y la mentira.
Ojalá fuéramos capaces
de escuchar con sinceridad la pregunta del Resucitado: ¿me amas?
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