2022 VIERNES SANTO
En el Calvario sobraron
espectadores y faltaron creyentes. Sobró curiosidad y faltó amor. Sobró
irresponsabilidad y faltó humilde sinceridad religiosa, salvo la Virgen María,
la Madre de Jesús, San Juan, el discípulo amado, y las piadosas mujeres.
Tengamos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús... «hecho por nosotros
obediente hasta la muerte y muerte de Cruz» (Flp 2,5 ss.).
Marchaba, pues, Jesús para el lugar donde había de ser crucificado,
llevando su cruz. Extraordinario espectáculo: a los ojos de la piedad, gran
misterio; a los ojos de la impiedad, grande irrisión; a los ojos de la piedad,
firmísimo cimiento de la fe; a los ojos de la impiedad documento de ignominia;
a los ojos de la piedad, un rey que lleva, para en ella ser crucificado, la
cruz que había de fijarse en la frente de los reyes; para los ojos de la
impiedad, la mofa de un rey que lleva por cetro el madero de su suplicio. En la
Cruz había de ser despreciado por los ojos de los impíos, y en ella ha de ser
la gloria del corazón de los santos, como diría después San Pablo: «No quiero
gloriarme, sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14). Él
recordaba su cruz llevándola sobre sus hombros; llevaba el candelabro de la
lucerna encendida, que no debía ser puesta debajo del celemín» (San Agustín).
La muerte de Jesús fue una consecuencia de su compromiso
histórico para que todos tengan vida. Los poderes religiosos y políticos no
soportaron la buena noticia de que todos los seres humanos tenemos una dignidad
inviolable. A pesar de la contradicción siguió adelante, se mantuvo fiel al
proyecto y selló esa fidelidad con su muerte. Fue siempre libre motivado por el
amor a los demás. En este sentido Jesús es la realización de la nueva
humanidad, y la referencia para nuestra propia realización. El hombre verdadero
y el rey o guía de nuestra existencia.
Pero Jesús fue hombre para los demás y totalmente libre de
falsos absolutos, porque se abrió totalmente a la Presencia de amor: “porque
Dios estaba él”. La vida, la pasión y la muerte de Jesús fueron la expresión
del amor de Dios encarnado en el hombre. Jesús experimentó ese amor de Dios en
su intimidad de tal modo que, impulsado por ese amor, fue capaz de vivir y
morir amando. Porque de algún modo la encarnación continúa en nosotros, todos
podemos abrirnos a esa presencia de Dios amor que nos habita y realizar
plenamente nuestra humanización en el amor hacia los demás.
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