viernes, 15 de abril de 2022


 

              2022 AÑO C JUEVES SANTO

                               Haced esto en memoria mía…” 

(1 Cor 11, 24)

Nos adentramos en los días del año más importantes para los creyentes. Contemplamos, en los textos evangélicos, en las celebraciones, en las imágenes que recorren muchas de nuestras calles, los últimos momentos de la vida de Jesús. Jesús quiso que sus discípulos continuaran viviendo y proclamando su proyecto y quiere afianzarles. Varias veces les había dicho: “donde estéis dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo y estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. Y en vísperas de su muerte, ratifica esta promesa manifestándola en dos gestos proféticos en la última cena: Su presencia en el pan compartido y en servicio lavando los pies.

La primera lectura cuenta la liberación del pueblo hebreo esclavizado en Egipto gracias a la intervención gratuita de Dios compasivo; Jesús, en la última cena, les ofrece el significado liberador de su vida y de su muerte.

La segunda lectura a los fieles de Corinto sobre qué significa celebrar en verdad la Cena del Señor y repite las palabras de Jesús. Haced esto en memoria mía.

El evangelio completa ese significando narrando dos gestos de Jesús en esa Cena: compartió la mesa con sus discípulos y los lavó los pies. Los dos gestos resumen de algún modo el espíritu y el estilo que animaron la conducta de Jesús compartiendo cuanto era y tenía; no para dominar a los demás, ni para conseguir prestigio social, sino para servir por amor hasta entregar la propia vida, sufriendo el desprecio y destino de las víctimas. 

Jesús con esos gestos no intentó darnos una lección teórica sobre lo maravilloso de su conducta, sino que manifestó su deseo de que sus seguidores re-creemos el espíritu de su conducta en la nuestra: “Haced esto en memoria mía”; “os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”.

Es muy significativo que el jueves santo sea también el día de la caridad. Amor: esa es la respuesta. “Dios está aquí”. Amor fue lo que movió al Nazareno durante los años de su vida joven, que culminan en el gesto más potente y escandaloso, profético y provocador.

A nosotros nos cuesta amar. Nunca nos ha resultado fácil. Nos duele y tenemos la sensación de que no acertamos, de que somos amados por debajo de nuestras necesidades, y nos cuesta hacerlo con todas las potencialidades. Deseamos el amor y lo buscamos como lo imprescindible en esta vida. Y tantas veces nos equivocamos al nombrarlo y al vivirlo.

Pero hoy suena a amor auténtico el hecho de que todo un Dios se ponga de rodillas y toque lo más sucio y herido de lo humano. Suena a amor el perdón y la disculpa, la comprensión y el recuerdo agradecido. Porque el amor no se impone, solo se recibe por contagio, casi milagrosamente. Podremos sentirlo en plenitud cuando seamos capaces de vivir amando de esta manera. Esta es la puerta grande, la forma más auténtica de ser personas y de encontrar a un Dios verdadero, que es más Dios cuanto más amamos y más humanos nos hacemos al amar.

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