JESÚS RESUCITADO NUESTRA FIESTA, LA RAZÓN DE NUESTRA ESPERANZA
Alegrémonos
queridos hermanos porque Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte y la
oscuridad. En esta octava de Pascua y delante de ti Señor eucaristía queremos
agradecer esta oportunidad que nos ofreces de estar contigo, de sentir
profundamente la alegría de la vida que tú comunicas a tu Iglesia.
Tu encendiste esta fiesta continua en el corazón del
hombre. Nuestra fe viva y experiencial en Jesús resucitado convierte toda la
vida del cristiano en una auténtica fiesta.
La luz de la resurrección ilumina la vida entera y
le da sentido; es como el mástil central de la tienda de la fe, si se quiebra,
toda la tienda se viene abajo. No se trata de una mera noticia informativa que
atañe únicamente a Jesús, sino que ilumina y da sentido a nuestra existencia
personal y a la historia de la humanidad entera. Jesús tú eres la Palabra
última y definitiva de Dios hecha acontecimiento histórico.
A partir de tu resurrección nace la era definitiva,
acontece el final de los tiempos, se produce la plena revelación del proyecto
de Dios. Tu resucitaste "el primer día de la semana" y hace
referencia a la creación, a la nueva creación que supone tu resurrección. Las
mujeres fueron al amanecer de ese primer día, cuando aún estaba oscuro, y tu
Jesús sacramentado trajiste el día a la humanidad.
Que importante es la "Pascua", tu paso de
la muerte a la vida, la iglesia llamó no sólo a la Resurrección, sino también a
la Navidad, a la fiesta de Reyes e incluso a Pentecostés. Los cristianos
celebramos tu liberación de la muerte y del sufrimiento como garantía de
nuestra propia liberación definitiva. Por eso el misterio pascual inspira e
impulsa toda la espiritualidad comunitaria y personal, una espiritualidad
jubilosa, esperanzada y martirial.
Lamentablemente Jesús, el espíritu pascual no es la
tónica que domina entre los cristianos. Muchos están de luto y con indecible
miedo a la persecución; viven como si no creyeran en la resurrección, como sí tú
siguieras muerto. El tiempo pascual no dura solo unas semanas; el espíritu
pascual ha de reinar todo el año.
Es verdad que tenemos que poner de relieve el doble
aspecto del misterio pascual: la muerte y la resurrección. El resucitado es el
crucificado. No hay resurrección sin muerte martirial, sin la inmolación del
"hombre viejo", el hombre instintivo.
Porque tu resurrección Señor, no es un mero triunfo
personal, sino que marca el destino de cada uno y de toda la humanidad. El
destino de los miembros del cuerpo es el mismo destino de la cabeza. Tu
resurrección es la utopía realizada y la garantía absoluta de nuestra
glorificación. Dios Padre te dio enteramente la razón.
Tu resurrección, es explosión gloriosa del amor.
Decía S. Juan "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos
a los hermanos. No amar es quedarse en la muerte" (Jn 3,14-15). He aquí
una afirmación teológica genial y profunda. El amor es la vida y la ausencia de
amor es la muerte. La resurrección, la vida gloriosa, es la explosión del amor
que uno lleva dentro. El amor es la semilla de la resurrección. Seremos
transformados, glorificados, según la medida de nuestro amor. Celebrar Tu
resurrección no es lo mismo que celebrar la exaltación de alguien a quien
admiramos y queremos entrañablemente, sino que es celebrar que, gracias a tu
resurrección, estás entre nosotros, actúas en nosotros, nos liberas. Es
celebrar anticipadamente nuestra propia plenitud gloriosa. Cristo resucitado
enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. Tu resurrección, Señor
Jesús infunde dinamismo y alegría en el vivir y en el quehacer, porque, en
verdad, más vale morir por algo, como Tú, que vivir para nada. Como Tú, por la
muerte, llegaremos a la vida en plenitud.
La fe en ti, Jesús resucitado hace diferente al
cristianismo. No somos discípulos de un muerto. No eres un gran personaje que
ha pasado a la historia; estás en la historia, haces historia. Tú no eres como
los demás maestros: dejan una doctrina, marcan un camino, y se van. Tú estás
con nosotros en la construcción del Reino, acompañas a cada persona, a cada
familia, a cada comunidad.
Por estar resucitado has roto las categorías de
tiempo y espacio, y estás cercano a todos, contemporáneo de todos. Tú nos invita
a tener la experiencia de tu cercanía: Desde esta cercanía nos dices como a tus
contemporáneos: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os
aliviaré". Porque de poco nos serviría que hubieras resucitado y estuvieras
vivo si parecieras ausente; y de nada nos serviría que estuvieras cercano si no
tenemos experiencia de tu cercanía. Amén
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