2022 AÑO C SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Celebramos la gran efusión del Espíritu Santo a los discípulos en el día de Pentecostés, fiesta judía donde se celebraba la entrega de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Hoy lo que se nos entrega y derrama abundantemente en el corazón del mundo, es un viento recio sobre los abismos, un Amor que inunda todos los amores. Pentecostés es Dios en libertad, un viento que lleva el polen para que haga brotar una nueva creación, una nueva humanidad, y refresca y rejuvenece la vieja Jerusalén.
El Espíritu Santo no
soporta las estadísticas. Tan libre y liberador como el viento, que a veces es
una brisa suave, a veces un huracán que sacude la casa; o un fuego ardiente
encerrado en los corazones humanos.
Pentecostés es una
fiesta revolucionaria cuyo alcance aún no hemos comprendido del todo. El
Espíritu "os lo enseñará todo": Al Espíritu le gusta enseñar,
llevarnos más allá, llevar a los creyentes a vivir en "modo
explorador", no como ejecutores de órdenes, sino como inventores de
caminos. El Espíritu es un creador y quiere discípulos brillantes y creativos,
a su imagen. Viento que nunca calla, que lo envuelve e impregna todo, para que
cada uno tenga la plenitud del Espíritu Santo.
El Espíritu dignifica
la vida y el ser humano. El pueblo de Dios se renueva a sí mismo constantemente,
continuamente. Concede una confianza poderosa, en la que cada hombre y cada
mujer tienen la dignidad de profetas, sacerdotes y reyes, según reza en la
unción del crisma en nuestro bautismo.
El Espíritu vendrá, nos
devolverá el corazón de Jesús, de cuando pasaba haciendo el bien y sanaba la
vida, y decía palabras de vida eterna. Y el Espíritu nos conducirá a toda la
verdad: nos abrirá un espacio de conquistas y descubrimientos; nos enseñará
nuevas sílabas divinas y palabras nunca pronunciadas. Será el recuerdo ardiente
de lo que ocurrió "en aquellos días
irrepetibles" y al mismo tiempo será el genio, para respuestas libres
e inéditas, para el hoy y el mañana.
Fijaos bien en un barco
velero por muy los mares y no perdernos o hundirnos. Basta con que se ice una
vela en alto para coger el aliento del Espíritu, para iniciar una aventura
hacia nuevos mares, hacia islas vírgenes, olvidando el vacío y nos hace navegar
en su Viento.
El «Espíritu» es Dios
actuando en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo,
el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen está en Dios,
fuente de toda vida.
Esta acción de Dios en
nosotros se produce casi siempre de forma discreta, silenciosa y callada; el
mismo creyente solo intuye una presencia casi imperceptible. A veces, sin
embargo, nos invade la certeza, la alegría desbordante y la confianza total:
Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. El signo más
claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se
despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es dador de vida.
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