2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XVII
Señor, enséñanos a rezar. Todo reza en el mundo: los árboles, las montañas y las colinas. Rezan sin palabras: "toda criatura reza cantando el himno de su existencia, cantando el salmo de su vida" Conferencia episcopal del Japón.
El mismo Jesús nos entrega el contenido esencial de
la fe y lo hace con una oración, no
con un dogma. La oración que pide ser transformados. Orar es volver a apegarse a Dios, es estar cerca de un Dios que
sabe de abrazos, y con él guardar las pocas cosas indispensables para vivir
bien. Pero guardarlos como hermanos, olvidando las palabras 'yo y mío', porque
están fuera de la gramática de Dios. En el padrenuestro nunca se dice 'yo',
nunca 'mío', sino siempre “Tú, tuyo y
nuestro”.
Los discípulos no piden al maestro una oración o fórmulas
para repetir, ya conocían muchas. Le piden
que les enseñe a estar ante Dios como él, en sus noches de vigilia, en su
alegría.
Y les dijo:
cuando recéis decid "padre".
Es el nombre de la primavera, la palabra de los comienzos y la infancia, el
nombre de la vida. Rezar es llamar a Dios "padre", decirle
"papá", en el lenguaje de los
niños y no en el de los rabinos, en el dialecto
del corazón y no en el de los escribas. Es un Dios que sabe a abrazos y a hogar; un Dios amoroso, cercano, cálido.
Santificado sea tu nombre. Tu nombre
es "amor". Que el amor sea santificado en la tierra, por todos,
en todo el mundo. Que el amor santifique la tierra, transforme y transfigure
esta historia.
Venga tu reino.
Aquel en que los pobres y los niños entran primero. Que sea más hermoso que
todos los sueños, más intenso que todas las lágrimas de los que vivieron para
alcanzarlo.
Sigue dándonos cada día el pan de cada día. Danos un pan que sea "nuestro" y no sólo "mío", un pan que se comparta, porque si uno está lleno y
otro se muere de hambre, ese no es tu pan. Danos todo lo que nos hace vivir, el pan y el amor, ambos necesarios,
danos para hoy y para mañana.
Y quita nuestros pecados de nosotros. Échalos lejos, lejos de nuestros corazones. Quita
todo lo que nos envejece y nos hace pesados Abraza nuestra fragilidad y
nosotros, como tú, abrazaremos la imperfección y la fragilidad de todos.
No nos abandones a la tentación. No pedimos que se nos exima de la prueba, sino que
no se nos deje solos en la lucha contra el mal. Y de la desconfianza y el miedo
sácanos; y de toda herida o caída levántanos tú, buen samaritano de nuestras
vidas.
El Padre Nuestro
no sólo debe recitarse, sino que debe repetirse cada día: en las caricias de la
alegría, en el rasguño de las espinas, en el hambre de los hermanos. Hay que
tener hambre de vida para rezar bien. Hambre de Dios, porque en la oración no
obtengo cosas, obtengo a Dios mismo. Un Dios que mezcla sus lágrimas con las
mías, que sólo pide que le deje ser mi amigo.
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