2022 JULIO MEDITACIÓN EUCARISTICA:
El perro y el conejo
Aquí estamos
Señor sacramentado delante de ti para pasar unos momentos de silencio y de
contemplación sobre el misterio de tu presencia en medio de nosotros. Estamos
seguros que tú también nos ves y nos escuchas en el silencio del sagrario donde
nos esperas siempre para atendernos y ayudarnos en lo que más necesitamos. Tu
nos recibes siempre y no nos juzgas, sino que estas abierto a nuestras
sugerencias y nuestras respuestas. Tu acompañas siempre nuestro camino en las
dudas y aciertos. Oigamos esta historia.
El perro y el conejo: Un señor les compró un conejo a sus hijos. A su
vez, los hijos del vecino le pidieron una mascota a su padre. El hombre les
compró un cachorro pastor alemán. El vecino exclamó: - Pero el perro se comerá
a mi conejo!
- De ninguna manera, mi pastor es cachorro. Crecerán
juntos y serán amigos. Yo entiendo mucho de animales. Ten por seguro que no
habrá problemas. Y parece que el dueño tenía razón. El perro y el conejo
crecieron juntos y se hicieron amigos. Era normal ver al conejo en el patio del
perro y al revés.
Un viernes, el dueño del conejo se fue a pasar un
fin de semana a la playa con su familia. El domingo por la tarde el dueño del
perro y su familia estaban merendando, cuando entró el perro a la cocina. Traía
al conejo entre los dientes, sucio de sangre y tierra, y además muerto. Le
dieron tantos palos al perro que casi lo matan.
Decía el hombre:
- El vecino tenía razón, ¿y ahora qué haremos?
La primera reacción fue echar al animal de la casa
como castigo, además de los golpes que ya le habían dado. Los vecinos volverían
en unas horas de la playa y se encontrarían el desastre. Todos se miraban, como
preguntándose qué hacer. Mientras, el perro lamía las heridas que le habían
hecho sus amos de tantos palos.
Uno de ellos tuvo la siguiente idea: Bañemos al
conejo, lo dejamos bien limpito, lo secamos con el secador y lo ponemos en su
madriguera en el patio. Así lo hicieron. ¡Qué bien había quedado! ¡Parecía
vivo!, decían los niños.
Y lo llevaron al patio y lo pusieron a la entrada de
su pequeña madriguera con las piernas cruzadas.
En esto que llegan los vecinos, y al poco se oyen
unos gritos de sus niños. No habían pasado ni cinco minutos cuando el dueño del
conejo toca la puerta de su vecino, algo extrañado.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto grito?, le dijo su
vecino.
- El conejo murió.
- ¿Murió? –Pregunta, haciéndose el inocente.
- Sí, murió el viernes.
- ¿Murió el viernes?
- Sí, fue antes de que viajáramos a la playa. Mis
hijos lo enterraron en el fondo del jardín, pero cuando hemos llegado de vuelta
se lo han encontrado recostado a la entrada de su madriguera...
El gran personaje de ésta historia es el perro.
Imagínate al pobrecito, desde el viernes buscando en vano por su amigo de la
infancia. Después de mucho olfatear, descubrió el cuerpo enterrado. ¿Qué hace
él? Probablemente con el corazón partido, desentierra al amigo y va a
mostrárselo a sus dueños, imaginando poder resucitarlo.
Cuantas veces
tenemos la tendencia a juzgar anticipadamente los acontecimientos sin verificar
lo que ocurrió realmente. ¿Cuántas veces sacamos conclusiones equivocadas de
las situaciones? Pensemos dos veces antes de emitir un juicio; y nunca saquemos
conclusiones movidos por las apariencias.
Delante de ti Jesús
sacramentado nos reconocemos tan pequeños y muchas veces tan miserables. Tú
mismo nos dijiste “no juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6:37); y por otro lado
también nos dijiste: “por sus obras los conoceréis” (Mt 7:20). En el fondo Tú
Señor nos quiere enseñar a que no hemos de ser precipitados en el juicio; sino
que intentemos conocer bien todos los aspectos antes de pensar mal de una
persona. Si sólo juzgamos por las apariencias, cometeremos muchos errores; y
entonces, tendremos que pedir perdón en muchas ocasiones. Acompáñanos siempre.
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario