miércoles, 13 de julio de 2022


 

2022 JULIO MEDITACIÓN EUCARISTICA:

 El perro y el conejo

Aquí estamos Señor sacramentado delante de ti para pasar unos momentos de silencio y de contemplación sobre el misterio de tu presencia en medio de nosotros. Estamos seguros que tú también nos ves y nos escuchas en el silencio del sagrario donde nos esperas siempre para atendernos y ayudarnos en lo que más necesitamos. Tu nos recibes siempre y no nos juzgas, sino que estas abierto a nuestras sugerencias y nuestras respuestas. Tu acompañas siempre nuestro camino en las dudas y aciertos. Oigamos esta historia.

El perro y el conejo: Un señor les compró un conejo a sus hijos. A su vez, los hijos del vecino le pidieron una mascota a su padre. El hombre les compró un cachorro pastor alemán. El vecino exclamó: - Pero el perro se comerá a mi conejo!

- De ninguna manera, mi pastor es cachorro. Crecerán juntos y serán amigos. Yo entiendo mucho de animales. Ten por seguro que no habrá problemas. Y parece que el dueño tenía razón. El perro y el conejo crecieron juntos y se hicieron amigos. Era normal ver al conejo en el patio del perro y al revés.

Un viernes, el dueño del conejo se fue a pasar un fin de semana a la playa con su familia. El domingo por la tarde el dueño del perro y su familia estaban merendando, cuando entró el perro a la cocina. Traía al conejo entre los dientes, sucio de sangre y tierra, y además muerto. Le dieron tantos palos al perro que casi lo matan.

Decía el hombre:

- El vecino tenía razón, ¿y ahora qué haremos?

La primera reacción fue echar al animal de la casa como castigo, además de los golpes que ya le habían dado. Los vecinos volverían en unas horas de la playa y se encontrarían el desastre. Todos se miraban, como preguntándose qué hacer. Mientras, el perro lamía las heridas que le habían hecho sus amos de tantos palos.

Uno de ellos tuvo la siguiente idea: Bañemos al conejo, lo dejamos bien limpito, lo secamos con el secador y lo ponemos en su madriguera en el patio. Así lo hicieron. ¡Qué bien había quedado! ¡Parecía vivo!, decían los niños.

Y lo llevaron al patio y lo pusieron a la entrada de su pequeña madriguera con las piernas cruzadas.

En esto que llegan los vecinos, y al poco se oyen unos gritos de sus niños. No habían pasado ni cinco minutos cuando el dueño del conejo toca la puerta de su vecino, algo extrañado.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto grito?, le dijo su vecino.

- El conejo murió.

- ¿Murió? –Pregunta, haciéndose el inocente.

- Sí, murió el viernes.

- ¿Murió el viernes?

- Sí, fue antes de que viajáramos a la playa. Mis hijos lo enterraron en el fondo del jardín, pero cuando hemos llegado de vuelta se lo han encontrado recostado a la entrada de su madriguera...

El gran personaje de ésta historia es el perro. Imagínate al pobrecito, desde el viernes buscando en vano por su amigo de la infancia. Después de mucho olfatear, descubrió el cuerpo enterrado. ¿Qué hace él? Probablemente con el corazón partido, desentierra al amigo y va a mostrárselo a sus dueños, imaginando poder resucitarlo.

Cuantas veces tenemos la tendencia a juzgar anticipadamente los acontecimientos sin verificar lo que ocurrió realmente. ¿Cuántas veces sacamos conclusiones equivocadas de las situaciones? Pensemos dos veces antes de emitir un juicio; y nunca saquemos conclusiones movidos por las apariencias.

Delante de ti Jesús sacramentado nos reconocemos tan pequeños y muchas veces tan miserables. Tú mismo nos dijiste “no juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6:37); y por otro lado también nos dijiste: “por sus obras los conoceréis” (Mt 7:20). En el fondo Tú Señor nos quiere enseñar a que no hemos de ser precipitados en el juicio; sino que intentemos conocer bien todos los aspectos antes de pensar mal de una persona. Si sólo juzgamos por las apariencias, cometeremos muchos errores; y entonces, tendremos que pedir perdón en muchas ocasiones. Acompáñanos siempre. Amén

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