2022 OCTUBRE MEDITACIÓN EUCARISTICA
Sólo sacos de tierra
Una de las
cosas que más nos cuesta aceptar son los caminos que Dios tiene “preparados”
para cada uno de nosotros. Es muy habitual que intentemos llevar a Dios por
nuestros caminos y no por los que Él tenía previsto. Cuando esto hacemos, lo
único que demostramos
es nuestra
poca inteligencia, nuestra falta de confianza y nuestra escasa docilidad a su
voluntad. Todos los días le decimos a Dios “hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo”, pero luego, a la hora de la verdad, da la impresión que eran
palabras huecas, dichas con los labios, pero no con el corazón.
Hace unas
semanas escuché una sencilla historia que habla precisamente de esto; de la
confianza en Dios y de ser dóciles a sus planes.
Sólo sacos de tierra: Érase una vez un niño que vivía
con su padre junto a un gran dique de retención que se había construido cercano
al nacimiento de un río. Este dique era muy importante para proteger una
pequeña villa que había a las faldas de la montaña; especialmente al comienzo
de la primavera, cuando las abundantes lluvias y el deshielo hacían su
presencia en este bellísimo valle perdido de las montañas del Tirol. Todos los
días el padre iba a trabajar a la montaña detrás de su casa y volvía por la
tarde con una carretilla llena de tierra.
- Pon la tierra en los sacos, hijo, -decía el
padre-. Y amontónalos frente a la casa. Si bien el niño obedecía, también se
quejaba. Estaba cansado de la tierra. Estaba cansado de las bolsas. ¿Por qué su
padre no le daba lo que otros padres dan a sus hijos? Ellos tenían juguetes y
juegos; él tenía tierra. Cuando veía lo que los otros tenían, enloquecía. «Esto
no es justo», se decía. Y cuando veía a su padre, le reclamaba:
- Ellos tienen diversión. Yo tengo tierra.
El padre sonreía y con sus brazos sobre los hombros
del niño le decía:
- Confía en mí, hijo. Estoy haciendo lo que más
conviene.
Pero para el niño era duro confiar. Cada día el
padre traía la carga. Cada día el niño llenaba las
bolsas. Amontónalas lo más alto que puedas, le decía
el padre mientras iba por más. Y luego el niño llenaba las bolsas y las
apilaba. Tan alto que no ya no podía mirar por encima de ellas.
- Trabaja duro, hijo, -le dijo el padre un día-, el
tiempo se nos acaba.
Mientras hablaba, el padre miró al cielo oscurecido.
El niño comenzó a mirar fijamente las nubes y se volvió para preguntarle al
padre lo que significaban, pero al hacerlo sonó un trueno y el cielo se abrió.
La lluvia cayó tan fuerte que escasamente podía ver a su padre a través del
agua.
- ¡Sigue amontonando, hijo!
Y mientras lo hacía, el niño escuchó un fuerte
estruendo. El agua del río irrumpió a través del dique hacia la pequeña villa.
En un momento la corriente barrió con todo en su camino, pero los sacos de
tierra que habían apilado delante de su casa dio al niño y al padre el tiempo
que necesitaban.
- Apúrate, hijo. Sígueme. Corrieron hacia la montaña
detrás de su casa y entraron a un túnel. En cuestión de momentos salieron al
otro lado, huyeron a lo alto de la colina y llegaron a una nueva casita. Aquí
estaremos a salvo, dijo el padre al niño.
Sólo entonces el hijo comprendió lo que el padre
había hecho. Había provisto una salida. Antes que darle lo que deseaba, le dio lo
que necesitaba. Le dio un pasaje seguro y un lugar seguro.
A veces no
entendemos al Padre. Pero Él sabe lo que hace. No te quejes de los sacos de
tierra que
has tenido que
cargar. Un día sabrás que Dios estaba trabajando para tu futuro. Cuando venimos
a este mundo podemos “elegir” entre tres caminos muy diferentes: Caminar de
espaldas a Dios, intentar vivir con Dios, pero siguiendo cada uno su propio
camino. Y una tercera opción hacer la voluntad del Padre.
La cualidad para
aceptar esta tercera vía es la docilidad; es decir, permitir que Dios dirija y
moldee nuestras vidas. La docilidad es la conjunción del amor, nobleza,
humildad, confianza, generosidad. Ser dóciles no quiere decir entender los
planes de Dios, sino confiar en Él, en su amor; reconocer las debilidades de
uno, y estar seguro que Dios siempre lo puede hacer mejor que nosotros si le
dejamos manos libres para actuar.
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