2020 AÑO B TIEMPO DE ADVIENTO II
El segundo domingo del
tiempo de adviento aparecen las dos figuras claves para poder interpretar este
tiempo: el profeta Isaías y Juan el Bautista. Son dos voces, con siglos de
diferencia, que gritan las mismas palabras, en el calor del mismo desierto de
Judá. Los dos profetas usan el mismo verbo, siempre en el presente: "Dios
viene". Simple, directo, seguro: Él
viene. Como una semilla que se convierte en árbol, como la luz de la
mañana, que parece mínima, pero está creciendo, una pequeña brecha que se traga
la noche.
Una frase muy intensa
abre este evangelio: «Comienzo de la buena noticia de Jesús, el Mesías, Hijo de
Dios». Estas palabras nos permiten evocar algo de lo que encontraremos en su
relato. Lo que hace que la vida comience a vivir de nuevo, a planear, a crear
lazos, lo que hace que la vida comience de nuevo es siempre una buena noticia,
una grieta de esperanza. El comienzo del evangelio que es Jesucristo. La buena noticia es una persona, el
Evangelio es Jesús, un Dios que florece
bajo nuestro sol, que vino a hacer
florecer al ser humano. Y sus ojos que sanan cuando acarician, y su voz que
impactaba en las gentes que los escuchaba.
Es Dios quién dibuja otro mundo posible. Otro posible corazón. Dios se propone como el Dios
de los comienzos: desde allí donde todo parece detenerse, volver a empezar;
cuando el viento de la vida gira y gira y vuelve a girar y nada parece nuevo
bajo el sol, es posible abrir el futuro, generar cosas nuevas.
No desde el pesimismo,
ni desde observaciones amargas, ni siquiera desde la realidad existente y su
pretendida primacía, que no contienen la sabiduría del Evangelio, sino desde la
"buena noticia". Al principio
hay algo bueno. En la base de toda la vida hay algo bueno.
La voz de Juan resuena preparad los caminos… porque viene
alguien más fuerte que yo. No es fuerza
física, sino que Jesús es fuerte porque tiene el coraje de amar hasta el
extremo, de no guardarse nada y de darlo todo. Es el más fuerte porque es el
único que habla al corazón, de hecho, habla "con el corazón", cercano
y cálido como el aliento, tierno y fuerte como el afecto, bello como el más
bello sueño.
Todos vivimos momentos de desierto, de esa realidad
dura que nos toca vivir, ahí es donde hemos de construir un camino para el
Señor. El adviento nos vacía, nos esponja, nos sensibiliza: Tenemos que estar
dispuestos a realizar un camino para Dios desde nuestra realidad.
Los caminos que
conducen a la Navidad no pueden ser aquellos falsos anuncios de felicidad, de
lucecitas, del sueño de la lotería, del dulce o del cotillón de nochevieja. Sin
embargo, los caminos que hay que preparar es el corazón, el afecto, el
sentimiento, la voluntad que nos hacen vivir y recuperar el sentido más
profundo de esos días: Dios sale a nuestro encuentro.
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