No podemos más que responder con amor al
Amor que viene.
Hemos de vivir este tiempo de Adviento
al modo como Jesús nos enseñó a hacerlo buscando y hallando en todas las cosas
y en toda la historia, las huellas de Dios.
Somos obra de tus manos creadoras. Tu
SEÑOR te dignaste ponernos en medio del universo. Y nos otorgaste capacidad
para sorprendernos, ojos para admirarlo, alma para disfrutar de sus riquezas,
sensibilidad para sufrir sus rigores, y corazón que hable por la lengua en
acción de gracias. Por amor nos pusiste en movimiento, como a las demás
criaturas.
Nosotros tampoco te necesitábamos cuando
aún no existíamos. Pero tú, que nos
diste el ser y la vida, nos hiciste vivir necesitados de ti, para que volviéramos
a la nada si en cada momento tú no nos tuvieras en la palma de tus manos. ¿Cómo
fue posible que, siendo obra de tus manos, animados por tu aliento, regalados
con tus gracias, bien dotados de inteligencia, voluntad, pasiones y espíritu
creador -recibido del tuyo-, renunciáramos a tu amistad y te traicionáramos? Cómo
fue posible que te hayamos expulsado de tu casa, de tu hogar, de los corazones
que hiciste para amar.
No se entiende, Señor, el misterio del
mal y de la ingratitud humana. Todos sentimos, dentro de nosotros mismos, una
fuerte lucha entre la inclinación hacia ti, que eres principio, luz, meta de
nuestra existencia, y la inclinación hacia otros intereses, afectos y pasiones
que nos alejan de ti.
Este Adviento queremos celebrarlo como
corresponde a quien cree por fe viva que, si la creación del mundo y del hombre
fue obra de amor, lo fue de amor más grande todavía el que tu Hijo, el Verbo,
tomara nuestra naturaleza para compartir con nosotros la historia,
reconquistara para ti el mundo y al hombre, y nos mostrara cuál es el camino
perfecto que nos lleva a ti.
Tú derramas amor en tus obras, y sobre
todo en el Hijo encarnado que restauró nuestra amistad contigo, tenemos que
amar por amor. Sea, pues, éste nuestro compromiso: amarte y amar todas las cosas
salidas de tus manos.
Que todos los hombres conozcan las
maravillas de tu amor y se vuelvan a ti como hijos agradecidos. Ilumina las
mentes de cuantos todavía no te conocen; haz del adviento tiempo de esperanza y
de consuelo para quienes todavía no comprendieron tu mensaje salvífico como
itinerario de vida, justicia, paz, amor.
Señor Jesús, la vida en fe nos lleva a
confiar, esperar y contemplar en lejanía que tú vienes a nuestra casa en traje
de amor misericordioso.
Gracias por tus dádivas. Gracias por el
don de la encarnación, de la fe, de la esperanza. Nuestra conciencia de
cristianos nos dice que hemos de vivir en constante actitud de
"adviento" para saber recibirte cuando quieras venir, una y mil
veces. Pero ¡qué difícil es convertirlo todo en un pequeño adviento, siempre
alerta, siempre en vigilia, sin que el corazón descanse!
Responderás tal vez que eso es una
alarma innecesaria, que el corazón puede descansar, que basta vivir y realizar
todas las cosas en tu amor y por amor, en tu confianza y con confianza, desde
el amanecer al anochecer, desde el primer suspiro de felicidad hasta que los
ojos derramen lágrimas de dolor...
Es como decir: vivid en el amor, en la
paz, en el deber, en la justicia, en la oración, en la caridad..., y todo lo
demás se está dando a manos llenas, sin casi pensarlo, porque en todo está en
amor pequeño (nuestro) y el Amor grande (el de Dios).
Entendemos, sin embargo, que si viviendo
de ese modo, Cristo es nuestro Adviento permanente, siempre a la puerta y en el
corazón, necesitamos de cuando en cuando, atizar el horno para que en él se den
vivencias especiales de amor correspondido. Amén
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