2020 AÑO B TIEMPO DE ADVIENTO IV
Ya hemos llegado al
pórtico de la Navidad en este 4 domingo de adviento. En las lecturas de hoy
destaca el contraste entre la actitud de David, que después de hacerse un
palacio, decide hacer un favor a Dios, construyéndole un templo para que
habite; y la actitud de María que ve solo la gratuidad de Dios para con ella. La humildad de María hace posible el
acercamiento a Dios. La soberbia de David le aleja de Él. La lección es
clara: Nosotros no podemos hacer nada por Dios, es Él quien lo hace todo por
nosotros.
María es proclamada Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. El don de la maternidad
no tiene sexo y es consustancial a todas las criaturas en todo espacio y
tiempo.
Cuando Dios se encarna
ser humano, la encarnación es alma que lo anima todo. Jesús lo remarcó en Jn 10,
10: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. Dar a luz es dar luz; es inspirar e
iluminar: “Las religiones mueren cuando fallan sus luces”, escribió el gran
teólogo alemán W. Pannenberg (1928-2014).
Célibes o casados,
embarazada o virgen, todos podemos concebir en un “hágase en mí” gozoso. Un
“fiat” que es un peregrinar al templo de nuestro propio ser, a nuestro centro.
Y es una invitación a salir luego de nuestro vientre personal, a implicarse en
los problemas de los otros y ayudarles a que también ellos puedan acudir cuanto
antes a su centro.
Toda maternidad es don
y donación. No se puede engendrar sin parir luego. Es como impedir que la vida
biológica siga cumpliendo su misión.
Únicamente de este modo
podremos cambiar el mundo y hacerlo más habitable. Y para cambiarnos a
nosotros, es necesario entrar dentro de cada uno y en lo más profundo y desde
ahí realizar todos los cambios que requiera la vida.
En este domingo se cambia
el concepto de Dios según el evangelista. El Dios que a través de todo el AT se
manifiesta como el poderoso, el invencible, el dador de la muerte y la vida,
pide ahora el consentimiento a una humilde muchacha para llevar a cabo la oferta
más extraordinaria en favor de los hombres. Ese formidable cambio en la manera
de concebir a Dios no es fácil de comprender.
Dios se hace presente
en la sencillez. Seguimos esperando portentos y milagros en los que se
manifieste el dios que nos hemos fabricado. Ningún acontecimiento espectacular
hace presente a Dios. Al contrario, en cualquier acontecimiento por sencillo
que sea, podemos descubrirlo. Somos nosotros los que ponemos a Dios allí donde
lo vemos.
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