2020 ADORACIÓN EUCARISTICA:
EL CARRETE MÁGICO
Acabamos
de iniciar el tiempo de adviento, un tiempo para la reflexión y de fortalecer
la esperanza. Es un tiempo que en la situación en la que llega nos puede ayudar
a vivir y a sobrevivir en tiempos de pandemia. Delante de Jesús sacramentado
queremos reflexionar sobre las preocupaciones más profundas de nuestro ser y de
saber aprovechar las ocasiones que la vida nos presenta y que debemos saber
aprovechar. A tiempos recios, colocar la imaginación a trabajar.
Escuchemos
este cuento: La Bobina de hilo de oro
Había una vez un
pequeño príncipe, inquieto y travieso, que no le gustaba estudiar. Cuando sus
padres le reprendían, se lamentaba diciendo: “¡Qué ganas de ser grande para
hacer todo lo que quiera!”. Un buen día, mientras se encontraba en su cuarto,
descubrió junto a la ventana una bobina con hilo de oro. Ante la mirada
sorprendida del principito, la bobina le habló con voz melodiosa: “Querido
príncipe: He escuchado tus deseos de crecer pronto y te daré una oportunidad. A
medida que desenrolles mis hilos, podrás avanzar por los días de tu vida. Pero
ten cuidado, pues el hilo que se suelta no regresa, y el tiempo pasado no podrá
ser recuperado jamás”. Sin poder resistir su curiosidad, el pequeño príncipe tiró
del hilo y al instante, quedó convertido en un joven gallardo y robusto. Con
gran entusiasmo, volvió a tirar del hilo mágico y se descubrió con la corona de
su padre. “¡Soy rey!”, “¡Soy rey!”, exclamaba con gran alegría. “Por favor,
carrete mágico, quiero saber cómo lucirán mis hijos y mi señora reina”, exclamó
impaciente mientras estiraba nuevamente el hilo. Entonces, se apareció una
mujer hermosa de largos cabellos junto a él, y tres chiquilines hermosos y
gordos. La curiosidad del rey se hacía incontenible por saber cómo serían sus
hijos de grande, así que tiró un tramo largo de aquel hilo, y otro más, y otro.
De repente, notó que sus manos estaban pálidas y débiles, y en el reflejo del
espejo descubrió un viejo consumido y seco. El príncipe, al ver que había
desenrollado todo el hilo, quiso devolverlo nuevamente a su lugar, pero tal
como le habían advertido, era completamente imposible. ¡Había consumido toda su
vida! La bobina mágica, al verlo tan afligido exclamó: “¿Qué has hecho,
criatura infeliz? En vez de vivir los momentos hermosos de tu vida, decidiste
pasarlos por alto. Has malgastado el tiempo inútilmente y ya no hay nada que
puedas hacer, salvo pagar por tu insolencia”. Y así quedó el anciano rey, que
sólo pudo disfrutar de una corta vejez hasta que murió de tristeza en su
alcoba, por haber desperdiciado toda su vida, sin vivirla como debe ser.
Qué
pena desperdiciar la vida. Cuando precisamente en este tiempo de adviento nos
advierte de la necesidad de la vigilancia, de la atención, saborear las cosas
pequeñas de la vida. No perdamos las horas de nuestros días pensando en lo que
aún no tenemos o en lo que va a venir. El presente es algo muy valioso que
jamás volveremos a recuperar. Aprendamos a vivir y aprovechar cada instante de
nuestra vida.
Este
cuento nos hace tomar conciencia de lo poco que necesitamos para vivir bien; y
desde luego que precisamos mucho menos de lo que nos ha acostumbrado el sistema
económico que nos ha habituado a vivir en un continuo mercantilismo, todo se
compra y todo se vende; es importante renunciar y denunciar el consumismo
alocado.
Concentrémonos
en los valores esenciales: la vida, la solidaridad, el amor, las relaciones
fraternas y respetuosas con todos los que nos rodean y con la creación.
Recordemos que cuando estábamos confinados la naturaleza brilló, estaba más
limpia menos contaminada y se reproducía con furor. La situación actual nos
lleva a relativizar ciertas cosas que hasta ahora considerábamos indispensables
e intocables. Pero sobretodo nos hemos dado cuenta que nos necesitamos más unos
a otros, precisamente cuando menos tiempo y menos cantidad de personas podemos
estar juntos.
Tu
Señor eucaristía nos invitas a vivir más intensamente la cercanía, la compañía,
el cariño, el apoyo, el abrazo Y en estos momentos es urgente y necesario,
aunque no sean físicos, pero si espirituales, desde el corazón. Hoy más que nunca no podemos desperdiciar el
tiempo, es indispensable. Vivir la realidad del día a día, con vigilancia y con
atención pide tiempo, espacio compartido desde la distancia, encontrarse en el
corazón, acompañarse con el alma; no ir por delante o por detrás del otro sino
a lado y procediendo como un buen compañero. Este paso nos tiene que llevar a
concluir que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa de las otras
personas y en concreto de las que están cerca y de las que están lejos; lo
primero hay que hacerlo crecer y por supuesto que lo segundo tenemos que
conseguir que disminuya y para ello debemos hacer lo posible y lo imposible. No
nos podemos abrazar ni besar, pero tenemos que encontrar las nuevas expresiones
creativas del cariño que pasan, sobre todo por la mirada, la escucha, la
palabra y la sonrisa.
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