sábado, 26 de diciembre de 2020


 2020 AÑO B TIEMPO DE NAVIDAD,

                          SAGRADA FAMILIA 

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas.

María y José llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Llega una pareja muy joven con su primer hijo con la ofrenda pobre de los pobres, dos tórtolas y la ofrenda más preciosa del mundo: un niño. Al entrar, inmediatamente los brazos de un hombre y una mujer compiten por el niño. En los brazos de los dos mayores, llenos de caricias y sonrisas, el futuro del mundo pasa de uno a otro: la vejez del mundo que acoge en sus brazos la eterna juventud de Dios. La vida de Jesús estuvo insertada plenamente en las tradiciones judías.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.

Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Porque las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario.

La familia sigue siendo el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y la familia es el marco idóneo.

La familia es insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.

Luego regresaron a su casa. Y el Niño creció y la gracia de Dios estaba en él. Regresaron a la familia. A la familia que es santa porque la vida y el amor celebran allí su fiesta, y la convierten en la rendija y escapatoria más viva del infinito.

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