SAGRADA FAMILIA
La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a
la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio,
oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta
que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas.
María y José llevaron
al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Llega una pareja muy joven con
su primer hijo con la ofrenda pobre de los pobres, dos tórtolas y la ofrenda más
preciosa del mundo: un niño. Al entrar, inmediatamente los brazos de un hombre
y una mujer compiten por el niño. En los brazos de los dos mayores, llenos de
caricias y sonrisas, el futuro del mundo pasa de uno a otro: la vejez del mundo
que acoge en sus brazos la eterna juventud de Dios. La vida de Jesús estuvo
insertada plenamente en las tradiciones judías.
Debemos buscar la
ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda
idealización. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar
distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos
desarrollar. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la
entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo
vivió él. Todo ser humano nace como
proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la
ayuda de los demás.
Debemos tener mucho
cuidado de no sacralizar ninguna institución. Porque las instituciones son
instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el
valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca
debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario.
La familia sigue siendo
el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo
durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de
entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo
puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y la
familia es el marco idóneo.
La familia es
insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como
hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas
situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana.
Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender
a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y
servicio.
Luego regresaron a su
casa. Y el Niño creció y la gracia de Dios estaba en él. Regresaron a la
familia. A la familia que es santa porque la vida y el amor celebran allí su
fiesta, y la convierten en la rendija y escapatoria más viva del infinito.
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