2021 NOV. MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
Una Historia de verdad
Cuenta Katherine Hepburn,
la gran actriz de cine: “Una vez, cuando
era adolescente, mi padre y yo estábamos haciendo fila para comprar entradas
para el circo. Finalmente, solo había otra familia entre nosotros y el
mostrador de entradas. Esta familia me causó una gran impresión.
Había ocho niños, todos ellos menores de 12 años. De
la forma en que estaban vestidos se podía decir que no tenían mucho dinero,
pero su ropa era limpia, muy limpia. Los niños eran muy bien educados, todos
ellos colocados en fila, de dos en dos detrás de sus padres, cogidos de las
manos.
Estaban emocionados por los payasos, los animales y
todos los actos que verían esa noche. Por su emoción, podías percibir que nunca
antes habían estado en un circo. Sería un punto culminante en sus vidas.
El padre y la madre estaban a la cabeza de la manada
de pie, orgullosos. La madre estaba sosteniendo la mano de su marido, mirándolo
como si dijera: ‘Eres mi caballero de armadura brillante’. Él estaba sonriendo
y disfrutando viendo a su familia feliz.
La señora de la taquilla le preguntó cuántas entradas
quería, y él respondió con orgullo ‘quiero ocho entradas para niños y dos para
adultos’. Entonces la señora dijo el precio.
La esposa del hombre soltó su mano, se le cayó la
cabeza, el labio del hombre comenzó a temblar. Entonces se acercó un poco más y
preguntó ¿cuánto dijo?
La señora de taquilla volvió a decir el precio.
El hombre no tenía suficiente dinero. ¿Cómo diría a
sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?
Viendo lo que estaba pasando, mi papá metió la mano
en su bolsillo y sacó un billete de $20 y lo dejó caer al suelo. No éramos
ricos en ningún sentido de la palabra. Mi padre se inclinó, recogió el billete
de $20, tocó al hombre en el hombro y dijo: “Disculpe, señor, se le cayó esto
de su bolsillo”.
El hombre entendió lo que estaba pasando. No estaba
pidiendo una limosna, pero sin duda agradeció la ayuda en una situación
desesperada, desgarradora y vergonzosa. Miró directamente a los ojos de mi
papá, tomó la mano de mi padre en sus manos, apretó el billete y con el labio
temblando y una lágrima cayendo por su mejilla, respondió: “Gracias señor, esto
realmente significa mucho para mí y para mi familia”.
Mi padre y yo volvimos a nuestro coche y condujo a
casa. Los $20 dólares que regaló mi papá es con lo que íbamos a comprar
nuestras propias entradas. Aunque no pudimos ver el circo esa noche, ambos
sentimos alegría dentro de nosotros que fue mucho mayor que ver el circo. Ese
día aprendí el verdadero valor de dar.
Una historia
de verdad que nos emociona y nos recuerda que el que da es más grande que el
que recibe. Si queremos ser grandes, más grandes que la vida, aprendamos a dar.
No solo nuestros bienes, sino aquello que poseemos sin merecerlo, sin
comprarlo, sin adquirirlo, como la ternura, el cariño, nuestros dones, la
misericordia, etc.
El amor no
tiene nada que ver con lo que esperas conseguir, solo con lo que esperas dar,
que es todo. Recalcamos que lo importante es dar, bendecir a los demás, derrochar
lo que somos y tenemos por el bien de la humanidad. Siempre hay mucha alegría
en dar, pero sobretodo en compartir. Señor Jesús ayúdanos a descubrir este gran
bien y este don que nos haces cada día, el don de la vida y del amor. Que como
tu aprendamos a hacer el bien sin mirar a quien, y que lo hagamos desde el
corazón, desde nuestro ser más íntimo.
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