2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXI
Pero si nos dejamos
tocar por estas palabras de Jesús es imposible no sentirse sacudidos, interpelados:
“Señor, ábrenos… hemos comido y bebido contigo”; “no sé quiénes sois… alejaos
de mí, los que obráis la iniquidad”. La "parábola" de hoy, Jesús al
hablar de salvación, nos presenta una puerta, una casa que resuena con la
fiesta, y gente agolpada pidiendo entrar.
Una casa,
en primer lugar: una casa grande, tan grande como el mundo: vendrán del este y del
oeste, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. La salvación es una casa, preparado un gran
banquete, que resuena con una confusión multicolor, donde han desembarcado
los barcos del sur y las caravanas del este. Esa casa parece casi el nudo de la
encrucijada del mundo, el centro de gravedad de la historia, el lugar de
desembarco. La salvación como una casa llena de fiesta, una casa llena de
rostros y ojos brillantes en torno a la fragancia del pan y las copas de vino. Para
estar bien, todos necesitamos algunas cosas: un poco de pan, un poco de afecto,
un lugar donde sentirnos en casa, no errantes ni exiliados, no náufragos ni
fugitivos, sino con el calor de un fuego, resguardados por una puerta que deja
la noche afuera.
Cuando el propietario
cierra la puerta, los que queden fuera: ¡Señor, somos nosotros, siempre hemos
venido a la iglesia, hemos escuchado tu Evangelio y tantos sermones, nos hemos
confesado y comulgado, ábrenos! ¿Por qué esas palabras duras 'no te conozco'? Son hombres y mujeres
devotos y practicantes, pero no han transformado sus vidas a la medida de la de
Cristo. No basta con comer a Jesús el, verdadero pan, hay que convertirse en
pan, para ser reconocidos como discípulos, como aquellos que prolongan la vida
de Jesús. "No te conozco", celebras bellas liturgias, pero no
celebras la liturgia de la vida. La medida está en la vida: una vida entregada,
comprometida por el bien de los demás, al menos con un vaso de agua fresca
entregado. Podemos comer y beber con el Señor, conocer sus enseñanzas, y, sin embargo,
seguir obrando maldades e injusticia….
Se anuncia una salvación universal, no solo para el pueblo de Israel sino
para todos los pueblos de la tierra. ¡Y esto es maravilloso! Ese es el Dios en
el que creemos los cristianos: un Dios que quiere la salvación de todos los
pueblos, sin distinción. La
experiencia del amor misericordioso del Dios de Jesús, la profunda convicción
de ser hermanos y hermanas de todos.
Por lo
tanto, el corazón del creyente no puede discriminar, excluir, separar, dejar de
lado a ninguna persona, cualquiera sea su condición, procedencia, creencia,
etc.
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