2022
AÑO C TIEMPO ORDINARIO XX
Hoy volvemos a escuchar un evangelio de gracia, de buenas nuevas, pero molesto. Jesús comienza hablando de sí mismo, de su misión y su destino, con palabras misteriosas: Fuego, guerra, división.
Las lecturas de hoy, no sólo el Evangelio, presentan
la fe como una lucha, y en el caso de Jeremías, como signo de contradicción,
esfuerzo, peligro, como el mismo Cristo vivió la fe. Todos ellos nos dicen que
la verdad molesta y lleva a correr riesgos.
Nosotros quizás nos hemos acostumbrado a vivir una
fe líquida, conformista, descomprometida. La Palabra de hoy, nos mueve el suelo
que pisamos. La fe tal como la vivió Jesús, nunca puede ser neutral. Nos
sorprenden sus palabras de fuego, guerra y división, que purifican nuestra fe.
Porque si Él lo vivió así poniéndose del lado de los que sufren, sus seguidores
no podemos callarnos ante los atropellos cometidos y esto provocará lucha e
incomodidad. El mensaje central de hoy es, por tanto, que el creyente deberá
vivir siempre con la cruz de la contradicción.
Estas palabras de Jesús: He venido a prender fuego a la tierra… ¿Pensáis que he venido a traer
paz a la tierra? No, sino división. son dramáticas, duras, reflexivas, pero
hermosas. Son textos escritos bajo el fuego de la primera persecución violenta
contra los cristianos, cuando los discípulos de Jesús se encontraron
repentinamente excomulgados por el estamento judío. Un golpe terrible para las
primeras comunidades de Palestina, donde todos eran judíos, donde las familias
comenzaron a dividirse en torno al fuego y la espada, en el escándalo de la
cruz de Cristo.
- El fuego es el símbolo de la presencia de Dios, en
el Éxodo: la zarza ardiente y no se consume en el Sinaí; ardor del corazón para
los discípulos de Emaús; lenguas de fuego en Pentecostés; llamas de fuego de Dios
que es amor. He venido a mostrar el verdadero rostro de Dios sobre la tierra.
Con la alta temperatura moral.
- ¿Pensáis que
he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. La paz no es
neutralidad, mediocridad, equilibrio entre el bien y el mal. No vendrá como una
plenitud repentina, sino como una lucha, una conquista, un terreno de
conflicto, escritas con el alfabeto de las heridas grabadas en la carne
inocente, el tierno cordero crucificado.
Como
Jesús, también nosotros somos enviados a usar nuestra
inteligencia no para venerar el calor de las cenizas, sino para guardar el
ardor del fuego, somos un puñado de calor y de luz arrojados a la faz de la
tierra, no para deslumbrar, sino para iluminar y calentar la porción que nos ha
confiado.
Quizá nuestra misión sea, sin imponer, teñir todo el
conglomerado y hacerlo arder por el fuego de la justicia, de la paz, del amor
de Dios, de la fraternidad, del perdón, del bienestar general y no particular. Lógico,
pues, que esto no deje indiferente a nadie; a unos, porque no les gusta y les
parece “poco moderno” y a otros, porque nos parece injusto el trato que recibe
la iglesia. Aprender a vivir en la contrariedad y en las dificultades.
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