2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XIX
Tenemos que recuperar
la esperanza, aunque sea el deseo de un
bien futuro y difícil, pero que es posible alcanzar y disfrutar. El ser
humano necesita vivir esperanzado. Nuestra vida no está hecha al nacer, ni
determinada por el instinto, tenemos que plantearnos seriamente y realizar nuestro
proyecto vital: lo que estamos llamados a ser, desarrollar las potencialidades,
ocupar nuestro sitio en la vida, establecer y mantener fielmente vínculos
afectivos que dan valor, color y alegría a la existencia. Si no lo hacemos no
somos protagonistas, sino marionetas.
Jesús nos asegura que
es posible la esperanza porque tenemos garantizada la meta, no por nuestros
méritos o esfuerzo, sino por puro amor de Dios por nosotros: “No
temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros su Reino”.
Un Reino que es Él mismo, con todo lo que conlleva de plenitud y felicidad
personal y universal. Un Reino que nos hace reconocer el tesoro que son
nuestros hermanos, y procurar su bien, compartiendo
lo que somos y tenemos: “Dad limosna, haceos talegas que no se echan a
perder”. Ahí, en Dios y en los que sufren, hemos de colocar nuestro corazón,
nuestros deseos, nuestros anhelos, para que esa meta dinamice nuestra vida y
acción: “Porque donde está vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
No se trata de un
esperar perezoso, con los brazos cruzados. No se trata de aislarse en un
paraíso artificial de fantasías piadosas. Jesús lo sigue diciendo: “Vosotros estad como los que aguardan a que
su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.”. Vivir en
la ilusión de un encuentro con el Señor cada vez más pleno hasta que llegue el
definitivo.
La pandemia y sus
secuelas nos están haciendo mucho más conscientes de que lo que nos define a
los seres humanos es la vulnerabilidad, la capacidad de ser heridos física,
psicológica, espiritual, socialmente… Por desgracia, también tenemos y
ejercitamos la capacidad de herir a los otros para sentirnos más fuertes, más
poderosos, más seguros. Por eso hay que dedicarse al cuidado recíproco. Cada
uno de nosotros somos ese administrador encargado de cuidar al otro, según sus
necesidades, y no según nuestro capricho o ganas. La idea-fuerza del nuevo
mundo está en el valor de cuidar.
Impresiona la imagen
inédita de Dios, el Dios vuelto del revés, servidor de los siervos. Jesús arrodillado
ante los apóstoles, con sus pies en las manos. El milagro de la confianza del
Señor, creemos en él, porque él cree en nosotros. Es el único Señor al que
servir porque es el único que se ha hecho nuestro servidor. Este es el criterio de que nuestra
esperanza es realista y cristiana: vamos haciendo camino al andar con el
Señor, como el Señor, hasta alcanzar plenamente el Reino.
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