sábado, 6 de agosto de 2022


 

2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XIX

 Queridos hermanos corren malos tiempos para la esperanza. La pandemia, las guerras, las crisis de la energía, el alza del coste de la vida, han influido mucho y siguen influyendo más y más en nuestro estado de ánimo, en nuestra capacidad de resistencia, en nuestro valor para afrontar los retos. Sentimos que los problemas son nuestros, pero las soluciones escapan de nuestras manos.

Tenemos que recuperar la esperanza, aunque sea el deseo de un bien futuro y difícil, pero que es posible alcanzar y disfrutar. El ser humano necesita vivir esperanzado. Nuestra vida no está hecha al nacer, ni determinada por el instinto, tenemos que plantearnos seriamente y realizar nuestro proyecto vital: lo que estamos llamados a ser, desarrollar las potencialidades, ocupar nuestro sitio en la vida, establecer y mantener fielmente vínculos afectivos que dan valor, color y alegría a la existencia. Si no lo hacemos no somos protagonistas, sino marionetas.

Jesús nos asegura que es posible la esperanza porque tenemos garantizada la meta, no por nuestros méritos o esfuerzo, sino por puro amor de Dios por nosotros: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros su Reino”. Un Reino que es Él mismo, con todo lo que conlleva de plenitud y felicidad personal y universal. Un Reino que nos hace reconocer el tesoro que son nuestros hermanos, y procurar su bien, compartiendo lo que somos y tenemos: “Dad limosna, haceos talegas que no se echan a perder”. Ahí, en Dios y en los que sufren, hemos de colocar nuestro corazón, nuestros deseos, nuestros anhelos, para que esa meta dinamice nuestra vida y acción: “Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

No se trata de un esperar perezoso, con los brazos cruzados. No se trata de aislarse en un paraíso artificial de fantasías piadosas. Jesús lo sigue diciendo: “Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.”. Vivir en la ilusión de un encuentro con el Señor cada vez más pleno hasta que llegue el definitivo.

La pandemia y sus secuelas nos están haciendo mucho más conscientes de que lo que nos define a los seres humanos es la vulnerabilidad, la capacidad de ser heridos física, psicológica, espiritual, socialmente… Por desgracia, también tenemos y ejercitamos la capacidad de herir a los otros para sentirnos más fuertes, más poderosos, más seguros. Por eso hay que dedicarse al cuidado recíproco. Cada uno de nosotros somos ese administrador encargado de cuidar al otro, según sus necesidades, y no según nuestro capricho o ganas. La idea-fuerza del nuevo mundo está en el valor de cuidar.

Impresiona la imagen inédita de Dios, el Dios vuelto del revés, servidor de los siervos. Jesús arrodillado ante los apóstoles, con sus pies en las manos. El milagro de la confianza del Señor, creemos en él, porque él cree en nosotros. Es el único Señor al que servir porque es el único que se ha hecho nuestro servidor. Este es el criterio de que nuestra esperanza es realista y cristiana: vamos haciendo camino al andar con el Señor, como el Señor, hasta alcanzar plenamente el Reino.

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