2022 AGOSTO MEDITACIÓN EUCARISTICA:
ORACION DEL ALFABETO
Querido Jesús
aquí estamos delante de ti en esta tarde de veranos para acompañarte durante
unos minutos. Sentimos la necesidad de dedicar tiempo para estar a tu lado y
sentir profundamente tu presencia en medio de nosotros. Muchas veces no sabemos
cómo rezarte ni que decirte, por eso oigamos esta historia profunda y bella.
LA ORACION DEL
ALFABETO:
Regresaba un campesino a la casa con su carreta, cuando, de repente, se le
salió una rueda. Como llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había
superado el problema, el campesino abandonó la reparación de la rueda y se
dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado en su
casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del
siguiente modo:
- Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a
recitar varias veces el alfabeto y tú formas con mis letras las palabras que
más te gusten, de modo que te digas a ti mismo las cosas que quieras, cosas que
yo sería incapaz de decirte pues soy un hombre torpe y necio.
Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de
los ángeles que lo acompañaban: De todas las oraciones que he escuchado hoy,
esta ha sido sin duda la mejor, pues ha brotado de un corazón sencillo y
sincero.
En un mundo y
una cultura que proponen sin el menor pudor el individualismo y el egoísmo como
valores fundamentales para sobresalir y triunfar, que presentan el consumir y
acaparar cosas como medios de lograr la auténtica realización personal,
necesitamos intensificar la oración. Una oración que transforme la vida, que dé
fruto, que se traduzca en disposición a cambiar, en fuerza para seguir remando
contra la corriente, en cercanía y servicio a los demás. Necesitamos orar mucho
para ser fuertes, para atrevernos a ser libres, para comprometernos
radicalmente en la entrega y el amor. Una oración que no mueva al servicio y a
la cercanía con el prójimo, es una oración estéril.
La oración que
agrada a Dios, es la que brota de un corazón sincero e impulsa a ser cada día
mejor. Una oración que se traduce en obras. Orar y no comprometerse en el
servicio al hermano es encontrar un diálogo narcisista con uno mismo. De la
oración, si es sincera, debemos salir fortalecidos, más comprensivos, más
buenos, más serviciales. Rezar implica el compromiso de intentar vivir de
acuerdo a la oración. De muy poco sirve pedir por los pobres, por los amigos
por las familias, si no hacemos nada por ellos, si no estamos pendientes de sus
necesidades y nos comprometemos a remediarlas.
Recuerda a
aquel hombre que, al ver la miseria de los niños de la calle, las necesidades
de los mendigos, los tormentos y dolores de tantas personas inocentes, levantó
un día los puños al cielo y retó a Dios de esta manera: “¡Cómo puedes ser tan cruel! ¡Cómo es posible que no hagas nada ante
tanto sufrimiento!”. De pronto, se abrieron los cielos y bajó de ellos la
respuesta a su queja: “¡Cómo puedes decir que no hago nada! Te he hecho a ti”.
La oración es
algo muy simple y al mismo tiempo muy complejo. Es hablar con Dios, darle gracias,
pedirle, estar con Él, alabarle, recordarle durante todo el día. En la oración,
como en la vida, se pasan temporadas de todo: alegría, tristeza, cansancio,
esperanza...
La oración es una
vivencia del Espíritu y, como todo lo que es del Espíritu, resulta difícil
concretar y a veces también de experimentar. La oración para mí es cavar en un
terreno seco en el que, de vez en cuando, encuentras un manantial de agua fresca.
Ese encuentro te alegra tanto, te dan tanta fuerza, que sigues de nuevo cavando
y cavando, aunque tardes en volver a encontrar agua.
Cuantas dificultades:
cansancio, desánimo, falta de ganas de quedarte en soledad con Dios. Cuando las
cosas van bien, es más fácil. Te sientes recompensado por Dios. Pero cuando no
obtienes lo que pides ¡qué difícil es aceptar que ése es el plan de Dios para
ti!
Con frecuencia
sientes que te pesa el ruido, el ajetreo de la jornada vivida intensamente, el
cansancio y, en muchas ocasiones, el vacío interior. Es el momento de entrar en
lo profundo de ti mismo y dar el sentido al día que has vivido. Cinco minutos
nada más, vividos en el corazón de la noche, en silencio y el sosiego.
Cualquier plegaria se convierte en potente foco capaz de iluminar tanto
despiste como experimentamos durante el día. Es el momento de abandonarse
confiadamente en las manos del Padre, pasar la página del que hemos vivido y
sentir que todo nuestro ser descansa en Dios. Amén
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