miércoles, 3 de agosto de 2022


 2022 AGOSTO MEDITACIÓN EUCARISTICA: 

                ORACION DEL ALFABETO

Querido Jesús aquí estamos delante de ti en esta tarde de veranos para acompañarte durante unos minutos. Sentimos la necesidad de dedicar tiempo para estar a tu lado y sentir profundamente tu presencia en medio de nosotros. Muchas veces no sabemos cómo rezarte ni que decirte, por eso oigamos esta historia profunda y bella.

LA ORACION DEL ALFABETO: Regresaba un campesino a la casa con su carreta, cuando, de repente, se le salió una rueda. Como llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había superado el problema, el campesino abandonó la reparación de la rueda y se dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado en su casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del siguiente modo:

- Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a recitar varias veces el alfabeto y tú formas con mis letras las palabras que más te gusten, de modo que te digas a ti mismo las cosas que quieras, cosas que yo sería incapaz de decirte pues soy un hombre torpe y necio.

Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de los ángeles que lo acompañaban: De todas las oraciones que he escuchado hoy, esta ha sido sin duda la mejor, pues ha brotado de un corazón sencillo y sincero.

En un mundo y una cultura que proponen sin el menor pudor el individualismo y el egoísmo como valores fundamentales para sobresalir y triunfar, que presentan el consumir y acaparar cosas como medios de lograr la auténtica realización personal, necesitamos intensificar la oración. Una oración que transforme la vida, que dé fruto, que se traduzca en disposición a cambiar, en fuerza para seguir remando contra la corriente, en cercanía y servicio a los demás. Necesitamos orar mucho para ser fuertes, para atrevernos a ser libres, para comprometernos radicalmente en la entrega y el amor. Una oración que no mueva al servicio y a la cercanía con el prójimo, es una oración estéril.

La oración que agrada a Dios, es la que brota de un corazón sincero e impulsa a ser cada día mejor. Una oración que se traduce en obras. Orar y no comprometerse en el servicio al hermano es encontrar un diálogo narcisista con uno mismo. De la oración, si es sincera, debemos salir fortalecidos, más comprensivos, más buenos, más serviciales. Rezar implica el compromiso de intentar vivir de acuerdo a la oración. De muy poco sirve pedir por los pobres, por los amigos por las familias, si no hacemos nada por ellos, si no estamos pendientes de sus necesidades y nos comprometemos a remediarlas.

Recuerda a aquel hombre que, al ver la miseria de los niños de la calle, las necesidades de los mendigos, los tormentos y dolores de tantas personas inocentes, levantó un día los puños al cielo y retó a Dios de esta manera: “¡Cómo puedes ser tan cruel! ¡Cómo es posible que no hagas nada ante tanto sufrimiento!”. De pronto, se abrieron los cielos y bajó de ellos la respuesta a su queja: “¡Cómo puedes decir que no hago nada! Te he hecho a ti”.

La oración es algo muy simple y al mismo tiempo muy complejo. Es hablar con Dios, darle gracias, pedirle, estar con Él, alabarle, recordarle durante todo el día. En la oración, como en la vida, se pasan temporadas de todo: alegría, tristeza, cansancio, esperanza...

La oración es una vivencia del Espíritu y, como todo lo que es del Espíritu, resulta difícil concretar y a veces también de experimentar. La oración para mí es cavar en un terreno seco en el que, de vez en cuando, encuentras un manantial de agua fresca. Ese encuentro te alegra tanto, te dan tanta fuerza, que sigues de nuevo cavando y cavando, aunque tardes en volver a encontrar agua.

Cuantas dificultades: cansancio, desánimo, falta de ganas de quedarte en soledad con Dios. Cuando las cosas van bien, es más fácil. Te sientes recompensado por Dios. Pero cuando no obtienes lo que pides ¡qué difícil es aceptar que ése es el plan de Dios para ti!

Con frecuencia sientes que te pesa el ruido, el ajetreo de la jornada vivida intensamente, el cansancio y, en muchas ocasiones, el vacío interior. Es el momento de entrar en lo profundo de ti mismo y dar el sentido al día que has vivido. Cinco minutos nada más, vividos en el corazón de la noche, en silencio y el sosiego. Cualquier plegaria se convierte en potente foco capaz de iluminar tanto despiste como experimentamos durante el día. Es el momento de abandonarse confiadamente en las manos del Padre, pasar la página del que hemos vivido y sentir que todo nuestro ser descansa en Dios. Amén

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