domingo, 4 de junio de 2023

2023 AÑO A 

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

 

Para hablar de la Trinidad, Jesús utiliza nombres de familia, de hogar, nombres que abrazan y vinculan: Padre, Hijo, Espíritu Santo, el aliento que hace respirar la vida.

La fiesta de la Trinidad es la proclamación de que Dios no es en sí mismo soledad, sino comunión, vinculación, abrazo. Que nos tiende la mano y nos da su corazón plural.

Entonces comprendemos por qué la soledad nos pesa tanto y nos da miedo: porque va contra nuestra naturaleza. Y por qué cuando estoy con los que me quieren me siento tan bien: porque cumplo mi vocación. La Trinidad es el espejo de mi sentido último, y del sentido del universo: todos caminando hacia un Padre que es fuente de vida libre, hacia un Hijo que se enamora de mí, hacia un Espíritu que ilumina de comunión nuestras soledades. Incluso la auto presentación de Dios en el monte Sinaí, ante su gran amigo Moisés, tiene nombres cálidos: misericordioso, piadoso, lento a la cólera, rico en gracia y fidelidad (Ex 34,6).

Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está en el origen de nuestras vidas, es él quien las sostiene y es su meta definitiva. No es indiferente, ni accidental ni superfluo saber que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, en ella encontramos un verdadero modelo de vida y de conocimiento de la realidad.

Dios se muestra como una comunidad de amor en la que hay un gran respeto de las diferencias. Así es el amor verdadero: respetuoso.

Algo semejante sucede en sus relaciones con nosotros: la Trinidad nos respeta porque nos ama; Dios no nos suprime, no nos sustituye, no nos suplanta, no nos impone su voluntad o su ley por la fuerza, sino que nos deja libres.

No condena ni juzga: "¡Yo no juzgo!". Palabra perturbadora, que hay que repetir a nuestra fe temerosa ¡setenta veces siete! Al ser humano no lo pesa ni lo mide: lo ama; no prepara balanzas ni tribunales, porque no juzga, sino que salva.

El pasaje evangélico de este domingo recoge una de las afirmaciones que más ha ayudado a difundir el significado del amor en la historia del cristianismo: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. De este modo nos ha mostrado la grandeza de su amor. Por el Antiguo Testamento ya sabíamos que Dios ama al mundo. Pero el Nuevo Testamento nos revela la grandeza de este amor. Si Cristo no hubiera muerto por nosotros podríamos conocer que Dios nos ama, pero no hasta qué punto.

Creer en Jesús en adherirse a él, apegarse a su persona, confiar en él. La salvación consiste en vivir en paz con Dios, con uno mismo y con los demás. La vida eterna es más que la vida biológica; nos remite a otra dimensión de la vida; es la vida del Espíritu Santo en nosotros. Tener vida eterna es compartir la vida íntima de Dios. Que toda nuestra vida esté impulsada por el deseo de conocer y amar cada día más este Dios Trinidad.

 

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