2023 AÑO A
SOLEMNIDAD DE LA
SANTISIMA TRINIDAD
Para hablar de la
Trinidad, Jesús utiliza nombres de familia, de hogar, nombres que abrazan y
vinculan: Padre, Hijo, Espíritu Santo, el aliento que hace respirar la vida.
La fiesta de la
Trinidad es la proclamación de que Dios no
es en sí mismo soledad, sino comunión, vinculación, abrazo. Que nos tiende
la mano y nos da su corazón plural.
Entonces comprendemos
por qué la soledad nos pesa tanto y nos da miedo: porque va contra nuestra
naturaleza. Y por qué cuando estoy con los que me quieren me siento tan bien:
porque cumplo mi vocación. La Trinidad es el espejo de mi sentido último, y del
sentido del universo: todos caminando hacia un Padre que es fuente de vida
libre, hacia un Hijo que se enamora de mí, hacia un Espíritu que ilumina de
comunión nuestras soledades. Incluso la auto presentación de Dios en el monte
Sinaí, ante su gran amigo Moisés, tiene nombres cálidos: misericordioso,
piadoso, lento a la cólera, rico en gracia y fidelidad (Ex 34,6).
Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo está en el origen de nuestras vidas, es él quien las sostiene y es
su meta definitiva. No es indiferente, ni accidental ni superfluo saber que
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, en ella encontramos un verdadero modelo
de vida y de conocimiento de la realidad.
Dios se muestra como
una comunidad de amor en la que hay
un gran respeto de las diferencias. Así es el amor verdadero: respetuoso.
Algo semejante sucede
en sus relaciones con nosotros: la
Trinidad nos respeta porque nos ama; Dios
no nos suprime, no nos sustituye,
no nos suplanta, no nos impone su
voluntad o su ley por la fuerza, sino que nos deja libres.
No condena ni juzga: "¡Yo no juzgo!". Palabra perturbadora,
que hay que repetir a nuestra fe temerosa ¡setenta veces siete! Al ser humano
no lo pesa ni lo mide: lo ama; no prepara balanzas ni tribunales, porque no juzga,
sino que salva.
El pasaje evangélico de
este domingo recoge una de las afirmaciones que más ha ayudado a difundir el
significado del amor en la historia del cristianismo: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el
que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. De este modo nos ha
mostrado la grandeza de su amor. Por el Antiguo Testamento ya sabíamos que Dios
ama al mundo. Pero el Nuevo Testamento nos revela la grandeza de este amor. Si
Cristo no hubiera muerto por nosotros podríamos conocer que Dios nos ama, pero
no hasta qué punto.
Creer en Jesús en
adherirse a él, apegarse a su persona, confiar en él. La salvación consiste en
vivir en paz con Dios, con uno mismo y con los demás. La vida eterna es más que
la vida biológica; nos remite a otra dimensión de la vida; es la vida del
Espíritu Santo en nosotros. Tener vida eterna es compartir la vida íntima de
Dios. Que toda nuestra vida esté impulsada por el deseo de conocer y amar cada
día más este Dios Trinidad.
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