miércoles, 20 de septiembre de 2023


 

2023 septiembre ADORACIÓN EUCARISTICA.

El desierto

De nuevo estamos aquí junto a ti Señor Jesús sacramentado. Queremos fiarnos siempre de ti y confiar, confiar siempre. No nunca nos defraudas y siempre nos apoyas prestándonos tu mano cuando desfallecemos.

El desierto: Un hombre que se fue al desierto en una excursión. Las dunas del desierto le fascinaban. Una noche salió del campamento para ver la multitud de estrellas, que brillaban con intensidad. Y caminó y caminó cada vez más entusiasmado apartándose cada vez más del campamento, al sentirse cansado se sentó y se durmió. A la mañana siguiente ya no supo orientarse y no sabía cómo volver al campamento.

Estuvo caminando durante casi dos días sin ver nada más que arena. A media tarde del segundo día, cuando los rayos del sol comenzaban a declinar, de tanto andar tenía grandes ampollas en los pies, divisó a lo lejos una mancha verdusca y como árboles que se levantaban entre las dunas. Aceleró el paso con la esperanza de llegar a lo que él creía que era el campamento o un oasis.

Después de andar por poco más de media hora, por fin llegó a las palmeras y a su destino. La boca la tenía seca y los labios comenzaban a agrietarse; pero sólo de pensar que en unos minutos estaría bebiendo agua fresca, fue capaz de dar los últimos pasos. De pronto, lo que de lejos le había parecido un charco de agua, no era sino un espejismo. Tremendamente cansado y desanimado, encontró una pequeña sombra donde acomodarse para protegerse del sol del desierto, mientras pensaba alguna otra posible salida.

El desánimo y el horror ante una posible muerte, cada vez más cercana, se fue apoderando de él. Miró a su alrededor, y detrás de una maleza prácticamente seca que había junto al tronco de una palmera, vio una vieja bomba de agua toda oxidada. Un atisbo de esperanza le dio fuerzas para caminar los pasos que le separaban de la bomba. Una vez junto a ella, cogió la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía. Aparentemente el aljibe, pozo o lo que fuera estaba seco. Entonces notó que a su lado había una botella vieja con una pequeña nota de papel, ya quemada por el sol. La miró, la limpió de todo el polvo y la arena que la cubría, y pudo leer que decía:

“Necesita primero cebar la bomba con toda el agua que contiene esta botella. Una vez cebada, podrá sacar agua fresca del aljibe. Cuando acabe, tenga la gentileza de llenar la botella nuevamente antes de marchar para que otro desafortunado pueda usarla también”.

El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua… ¡llena de agua! De pronto, se vio en un dilema: si bebía aquella agua, podría sobrevivir; pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca del fondo del aljibe, y podría tomar toda el agua que quisiese; o tal vez no. Tal vez, la bomba no funcionaría y el agua sería desperdiciada.

¿Qué debería hacer? En medio del dilema, la sed y el calor, todavía tuvo la mente fría para pensar: Esta agua sólo me puede servir para como mucho un día; en cambio, si saco agua del pozo, podré hartarme y al mismo tiempo tomar algo para el resto del camino; y ya de paso, ayudar a otro futuro desafortunado como yo.

Al final, derramó toda el agua en la bomba, agarró con las pocas fuerzas que le quedaban la manivela y comenzó a bombear. La bomba comenzó a chirriar. Probablemente habían pasado algunos años desde la última vez que alguien la usara. Bombeaba insistentemente, pero ¡nada pasaba! Siguió bombeando, era su única esperanza. La bomba continuaba con sus ruidos hasta que de pronto surgió, primero, un hilo de agua, después, un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con abundancia… ¡Agua fresca, cristalina! Llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante.

Una vez que él se había saciado y cogido abundante agua para el resto de su camino, la llenó de nuevo con agua para el próximo viajante. Tomó la pequeña nota que tenía y añadió otra frase: “¡Créame que funciona! Eche toda el agua y verá como la bomba no le traiciona”.

Señor Jesús esta historia nos enseña lo que tú mismo nos muestras en el evangelio: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí la hallará”. (Mc 8:35)

Cuántas veces somos tentados de beber del agua de la botella, creyendo que, si invertimos toda esa agua en reparar la bomba, al final nos quedaremos sin agua y sin vida. Si confiamos en el mensaje de Dios, Él, como en el caso de la samaritana en el pozo de Jacob (Jn 4: 5-43), nos dará un agua que saltará hasta la vida eterna. Amén

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