2023 SEPTIEMBRE. ADORACIÓN
EUCARISTICA.
El orgullo de la montaña
Señor Jesús
una tarde mas nos encontramos junto a ti en estos momentos de oración y de
adoración. Tu presencia nos ayuda a vivir con mayor entereza y con mayor
disponibilidad. A pesar de nuestros caracteres y de nuestro orgullo, que
siempre quiere predominar sobre los demás. Junto a ti percibimos que quien
quiera ser el primero que sea el último y servidor de todos, tal como tú lo
fuiste. Tú el señor nunca te creíste superior a nadie, sino te consideraste
hermanos de todos los hombres, de toda criatura. Tú nos enseñaste el camino de
la dulzura, de la humildad y de la entrega generosa. Escuchemos esta historia.
El orgullo de la montaña: Hace ya muchos, pero que muchos
años, hubo un planeta pequeñito, muy joven, completamente liso, al que le salió
una montañita que creció hasta 736 metros. Así estuvo un millón de años. Con el
tiempo comenzaron a surgir en la llanura otras montañitas, que también
crecieron. La primera, irritada por la pérdida de su dominio, hizo esfuerzos y
creció 362 metros más y, a medida que transcurría el tiempo, creció algunos
metros en proporción a su orgullo.
Pero tanto crecer fue en vano pues comprobó que en
sus cumbres ya no había vida a causa del frío y de los fuertes vientos; en
cambio, las otras montañitas se cubrían de árboles donde anidaban mil clases de
pájaros y eran acariciadas por suaves brisas. ¡Qué envidia!
Finalmente, no lo pudo aguantar y estalló convertida
en fiero volcán, envenenó el aire, mató toda vida, desoló sus propias laderas,
secó y arruinó a todas las montañas. Pasada la furia loca, vio su obra y…,
apagándose se arrepintió.
Entonces de sus laderas brotaron lágrimas en forma
de fuentes purísimas a cuyas aguas regresaron de nuevo los pájaros y con ellos
las semillas.
Cuando se disiparon las cenizas, volvió a brillar el
sol. Como su tierra era nueva, salida de las entrañas del planeta y rica en
minerales y gérmenes de vida, pronto se hizo hermosa, muy verde y adornada de
nubes que le dieron sombra y caricias.
Su vida contagió a las otras tierras y en adelante,
vivió erosionándose callada y humildemente, convirtiéndose en un frondoso valle
de ríos y bosques que aún hoy se pueden reconocer.
El principio
de esta historia podría asemejarse mucho a los primeros años de la vida de
muchos de nosotros. Estamos preocupados en crecer. No nos gusta que nadie
destaque más que nosotros. Y cuando sentimos que alguien empieza a hacernos
sombra, intentamos crecer y crecer más para siempre destacar. Llega un momento en
el que hemos crecido tanto que nos separamos de las personas que nos rodean. Ya
nadie nos soporta ni viene a solicitar nuestra ayuda, pues nos hemos
transformado en personas intratables y de carácter bastante agrio.
Señor Jesús
haznos conscientes de la vaciedad de nuestra vida, reconocer nuestros fracasos,
reconocer que muchas veces hemos estallado, como volcán lleno de orgullo, sin
darnos cuenta del todo el daño que hemos causado a los que nos rodearan; sin
darnos cuenta que también hemos destruido la poca vida que quedaba en nosotros
mismos.
Te pedimos en
este momento de nuestra vida, tener la inteligencia para reconocer el mal que hemos
hecho, y la humildad para saber que necesitábamos cambiar, y lo primero que
vendría a nuestro corazón serían lágrimas de arrepentimiento. Lágrimas que
regarían nuestras laderas en las que de nuevo comenzarían a verse la luz, el
color y el fruto. Sería entonces cuando otros, atraídos por nuestra belleza, se
acercarían a encontrar paz y alegría a nuestro lado; y con ellos, nosotros
también encontraríamos la nuestra.
Y sin darnos
cuenta, como si se tratara de un relámpago que ilumina fugazmente el horizonte,
habrán pasado los años de nuestra vida. Si hubo un tiempo en el que creíamos
que la vida era crecer, destacar sobre los demás, conseguir poder…, pero ha
llegado el momento, quizás causado por la soledad, el vacío y la tristeza, en
el que descubrir que es mejor contar con los demás, ser humildes, dejarse
erosionar, aceptar la voluntad de Dios.
Benditos seremos,
si al final de nuestros días, después de haber comprendido como la montaña, que
es más bello ser humildes y dejarse erosionar por el viento, la lluvia y el
tiempo, ir caminando lenta, serena y felizmente, como las aguas de este río,
hasta encontrarnos con nuestro Hacedor. Amén
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