2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXII
Hagamos el esfuerzo de
pensar, inspirados por la Palabra de Dios, desde categorías más próximas a las
del Padre que Jesús nos muestra. No acomodarse, abiertos a la propia realidad
que cada día puede sorprendernos.
Es difícil no sentir
desconcierto y malestar al escuchar una vez más las palabras de Jesús: El que quiera venirse conmigo, que se niegue
a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Entendemos muy bien la
reacción de Pedro, que, al oír a Jesús hablar de rechazo y sufrimiento, se pone
a increparlo. Sería la actitud que hoy nuestra sociedad vive según un pensador
actual llama la cultura de analgésicos,
esta sociedad obsesionada por eliminar el sufrimiento y malestar por medio de
toda clase de drogas, narcóticos y evasiones.
Si queremos clarificar
cuál ha de ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste
la cruz para el cristiano, pues puede suceder que nosotros la pongamos donde
Jesús nunca la puso. Nosotros llamamos
cruz a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento que
aparece en nuestra vida generado por nuestro propio pecado o nuestra manera
equivocada de vivir. No confundamos la cruz con cualquier desgracia,
contrariedad o malestar que se produce en la vida.
La cruz es otra cosa. Jesús llama a sus discípulos a que le sigan
fielmente y se pongan al servicio de un mundo más humano: el reino de Dios.
Esto es lo primero. La cruz no es sino el sufrimiento que nos llegará como
consecuencia de ese seguimiento; el destino doloroso que habremos de compartir
con Cristo si seguimos realmente sus pasos. Por eso no hemos de confundir el llevar la cruz con posturas
masoquistas, una falsa mortificación o un ascetismo barato e individualista.
Por otra parte, hemos
de entender correctamente el negarse a
sí mismo que pide Jesús para cargar con la cruz y seguirle: no significa
mortificarse de cualquier manera, castigarse a sí mismo y, menos aún, anularse
o autodestruirse. Negarse a sí mismo
es no vivir pendiente de uno mismo, olvidarse del propio ego, para construir la
existencia sobre Jesucristo. Liberarnos de nosotros mismos para adherirnos
radicalmente a él. Dicho de otra manera, «llevar la cruz» significa seguir a
Jesús dispuestos a asumir la inseguridad, la conflictividad, el rechazo o la
persecución que padeció el mismo Crucificado.
Pero los creyentes no
vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final. Todo el que pierda su vida por Jesucristo
la encontrará. El Dios que resucitó a Jesús nos resucitará también a
nosotros a una vida plena.
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