2025
CICLO C TIEMPO DE PASCUA.
ASCENSIÓN
DEL SEÑOR
La experiencia de la Resurrección de
Jesús posibilita a los discípulos seguir adelante. La certeza de que, al ser
resucitado, Él no se aleja, no abandona, sino que ya ha cumplido su misión:
bajó a nosotros, se abajó hasta las profundidades de la tierra para que
pudiéramos recibir la vida, y para siempre. La Ascensión no es algo diferente a
la Resurrección, sino que es una dimensión más de esa experiencia de vida nueva
de quien se había entregado por amor y ahora se encuentra de otro modo entre
nosotros.
Según el sugestivo relato de Lucas,
Jesús vuelve a su Padre bendiciendo a sus discípulos. Es su
último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición.
La bendición es una práctica arraigada
en casi todas las culturas como el mejor deseo que podemos despertar hacia
otros. El judaísmo, el islam y el cristianismo le han dado siempre gran
importancia. Y, aunque en nuestros días ha quedado reducida a un ritual casi en
desuso, no son pocos los que subrayan su hondo contenido y la necesidad de
recuperarla.
Bendecir es, antes que nada, desear el
bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de
manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la
alegría... todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más
deseamos el bien para todos, más posible es su manifestación.
Bendecir es aprender a vivir desde una
actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que dice bien de los
demás vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el
miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y al mismo
tiempo vivir condenando, rechazando, odiando.
El que bendice no hace sino evocar,
desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Solo se
puede bendecir en actitud agradecida a Dios. Siempre hace bien al que la recibe
y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición
queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su
corazón, haciéndolo más bueno y noble.
Ahora Jesús nos dejó la tarea de ser sus
testigos, como signos de amor y de cuidado, de conexión íntima con los demás.
Ahora es el tiempo de ser testigos de él, vivir “a su modo”, de dar testimonio
personal de Cristo, de su persona, su vida, muerte y resurrección por amor al
Padre y a la humanidad. Toca ser evangelios vivos.
Tarea nada fácil en medio de este mundo
en el que parece que la injusticia, el egoísmo y la codicia están teniendo la
última palabra. Estamos siendo testigos del tremendo sufrimiento y dolor que
esto está causando a tantos miles de hermanos y hermanas en guerras
prolongadas, en fronteras cerradas, en pobreza y desolación. Es aquí, en medio
de nuestra realidad cotidiana, en la que somos llamados a dar un testimonio de
Esperanza y de Amor sin medida. Fortalezcámonos en la alegría y la valentía
pascuales. Él no nos deja solos.
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