MEDITACIÓN
EUCARÍSTICA:
El
anciano relojero
Señor
Jesús aquí estamos de nuevo en tu presencia, una presencia que nos sosiega y
nos calma; una presencia necesaria para que los avatares de la vida y las preocupaciones
cotidianas no nos desmoronen ni nos dispersen. En ti encontramos el sentido de
las cosas y de la vida. Sin ti iríamos sin rumbo y todo el día estresados y
ajetreados. Enséñanos a vivir con plenitud nuestros momentos, pues son
importantes pues ya nunca volverán. La vida tenemos que vivirla en el aquí y
ahora, saboreando cada instante y sin que jamás se nos escape de las manos
tantas oportunidades y tantas ocasiones de ser felices.
El
anciano relojero y su nieta: Un anciano relojero recibía todos los
días a su nieta de ocho años en su pequeño taller de relojes. La niña observaba
fascinada cómo su abuelo trabajaba con precisión cada pieza, mientras le
preguntaba:
-
Abuelo, ¿por qué sigues haciendo relojes de arena cuando todos tienen relojes
digitales?
El
anciano sonrió, tomando un reloj de arena recién terminado entre sus manos.
-
Mira este reloj, Lucía. ¿Qué ves?
-
Arena que cae, respondió ella encogiéndose de hombros.
-
Exacto. Pero hay algo más. Observa cómo la arena nunca se apresura, nunca se
detiene. Simplemente fluye a su ritmo, siempre constante.
La
niña lo miró confundida.
-
Continuó el abuelo: Las personas hoy están obsesionadas con el tiempo que les
falta. Miran sus relojes digitales con ansiedad, contando minutos, segundos...
siempre corriendo, siempre estresados.
Giró
el reloj de arena.
-
Este reloj nos enseña algo diferente. Nos muestra que el tiempo no se recupera.
Cada grano que cae, como cada momento de nuestra vida, no regresa jamás. No
podemos pausarlo, ni acelerarlo.
Mientras
hablaba, señaló la arena que fluía lentamente.
-
El tiempo no es para medirlo con impaciencia, sino para vivirlo con atención.
No importa cuántos granos de arena te queden, sino qué haces mientras caen.
Aquel
viernes, cuando Lucía llegó de la escuela, encontró a su madre llorando. El
abuelo había fallecido repentinamente. Entre sus pertenencias, había dejado una
cajita para ella. Dentro estaba el reloj de arena que habían observado juntos,
con una nota:
-
Querida Lucía:
Cuando
sientas que el mundo va demasiado rápido, observa este reloj. Te recordará tres
verdades:
1.
Como la arena, tus días son finitos.
2.
Cada grano es un momento que no volverá.
3.
La belleza está en fluir sin prisa ni pausa.
No
cuentes el tiempo. Haz que el tiempo cuente.
Con
amor, Abuelo.
Veinte
años después, Lucía, ahora era medico de un hospital importante, mantenía aquel
reloj en su consultorio. Cuando la presión la abrumaba, lo giraba y respiraba
al ritmo de la arena. A veces, lo mostraba a sus pacientes más angustiados,
compartiendo la sabiduría de su abuelo.
Jesús
ayúdanos a entender que todos somos relojes de arena. Y la verdadera riqueza no
está en tener más tiempo, sino en saber honrar cada grano que cae. Enséñanos a
aprovechar bien nuestro tiempo y todas las oportunidades que le acompañan. Es
una invitación a la presencia, a la conciencia plena, a vivir con intención.
Porque el tiempo, aunque parezca abundante, es finito, y lo que realmente
cuenta es cómo lo vivimos, no cuánto tenemos. Que no dejemos escapar tanta vida
y tantas ocasiones para ser felices y hacer felices a los demás. Que tu
presencia siempre nos acompañe y así poder disfrutar de ella y de todo lo bueno
que trae y nos ofreces siempre. Guíanos tu por el camino de la vida a veces tan
complicado y estresado, tan lleno de obstáculos y dificultades. Amén.
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