2020 ADORACIÓN
LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS EN EL
MONTE TABOR
Hoy que
celebramos la transfiguración de Jesús ante sus apóstoles queremos meditar ante
Jesús sacramentado el significado profundo de este acontecimiento.
Jesús había
anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había
de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le
siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio. Sin embargo, Jesús quiso
que sus discípulos conocieran, de algún modo, la meta a la que se dirigen: “El arquero no lanza con acierto la saeta si
no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo
cuando la vía es áspera y difícil. Y por esto fue conveniente que manifestase a
sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse,
pues en esta claridad transfigurará a los suyos” (Sto. Tomás, Suma
teológica).
Nuestra vida
es un camino hacia el Reino de Dios. Pero es una vía que pasa a través de la
cruz y del sacrificio y hasta el último momento tendremos que luchar contra
corriente. Jesús no nos promete una vida fácil, sino una vida coherente, plena
y en plenitud.
También a
nosotros el Señor quiere confortarnos en esta tarde de adoración con la
esperanza del Cielo que nos aguarda, sobretodo cuando el camino se hace costoso
y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y
a perseverar. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una
tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el
abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.
Pedro
recordará hasta el final de sus días esta experiencia de la transfiguración. En
una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un
momento de dura persecución, afirma que ellos,
los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de
ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad… Éste es mi
Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo,
la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18).
El rostro de Cristo resplandeciente como el sol, expresión
de la luz más intensa. Como sucede con tanta gente buena que anda por nuestras
calles que tienen rostros limpios, relucientes.
La presencia de Dios en nuestra vida es importante porque
en las subidas a las montañas y en los momentos felices, y en los tristes, Él
siempre está ahí. De diferentes maneras se hace presente, puede tocarnos de
acuerdo a cómo nos sentimos porque nuestro Dios es personal y conoce el corazón
humano.
Nuestra vida es como un monte en el que hay subidas y
bajadas. La compañía es importante ya que puede cambiar mucho, si la montaña es
muy pesada, el ascenso se hace más llevadero. Cuando se llega a la cima se
disfruta el logro y, en la mayoría de los lugares, hay vistas preciosas en las
que podemos contemplar las maravillas de Dios. Después de un camino difícil nos
llega el tiempo de la recompensa.
En este día tan especial pidámosle al Señor que nos ayude
a encontrarlo en nuestro camino para amarlo más y conocerlo mejor.
La actitud de Pedro es comprensible, porque inundado de
la felicidad que le ha proporcionado la contemplación de Cristo transfigurado,
propone hacer tres tiendas, una para Cristo, otra para Moisés y otra para Elías.
Es la tentación que tantas veces nosotros también participamos, la tentación
del bienestar, de la comodidad, del sentirnos bien y olvidamos la cruda
realidad en la que muchas personas están sumergidas. Queremos con Jesús
comprometernos a transfigurar este mundo, esta sociedad nuestra, tan colmada de
si y que necesita una transformación radical.
Queremos
mantenernos siempre cerca de ti, Jesús, porque así nada nos hará verdaderamente
daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho
menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no
estamos alerta.
Queremos
ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el
pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera,
glorioso al final del camino.
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