domingo, 2 de agosto de 2020


2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XVIII

Los discípulos, hombres prácticos, sugieren: "despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida". Porque si Jesús no los despide, no se irán. Sin embargo, Jesús no despide a nadie, todo lo contrario, quiere a todos cerca de él, su deseo intimo es que nadie se separe de él. Al contrario, les dice a los discípulos “dadles vosotros de comer”.
La actitud de Jesús nos recuerda a la postura de una madre, y en definitiva nos dice quién es Dios: un Dios que nutre y alimenta cada ser vivo. Es algo habitual en Jesús el compartir las comidas con la gente desde Cana, pasando por la ultima cena y con los discípulos de Emaús.  
Tanto es así que él quiso que cada vez que repitiéramos el gesto de partir el pan y beber la copa de vino él estaría ahí para infundirnos fortaleza, vigor y ganas de vivir.
Las comidas de Jesús se caracterizan por el elemento fundamental del compartir. Con solo cinco panes y dos peces que alguien deposita en las manos de Cristo, se realiza le milagro de la multiplicación.  Solo hay que confiar y sin calcular y sin guardar nada para sí dieron de comer a más de 5.000 personas. Cinco panes y dos peces es poco, pero es todo, es solo una gota en el mar, pero es esa gota la que puede dar sentido a toda su vida.
Pero el gran milagro se realiza porque ese pequeño pan, esos pocos peces son suficientes para todos, suficientes porque son compartidos. Según una misteriosa regla divina, lo que compartes con los demás aumenta: cuando mi pan se vuelve nuestro, en lugar de disminuirlo, se multiplica. El milagro es que Dios detiene el hambre del mundo a través de nuestras manos cuando aprenden a dar. Tenemos la tierra, toda la tierra para alimentar, y es posible, siempre y cuando sea posible compartir.
Y finalmente: "Recogieron las sobras en doce canastas", una para cada tribu de Israel, una para cada mes del año. Todos comen y permanecen para todos y para siempre. Y las migajas también tienen valor, lo poco que eres y lo que tienes. Nada es demasiado pequeño para no servir a la comunión. Nada es demasiado pequeño de lo que haces con todo tu corazón, porque cada gesto 'total', sin medias tintas, por mínimo que sea, nos acerca al absoluto de Dios.
Hoy aprendimos que lo importante de la vida es ser solidarios y compasivos. Lo único que Jesús hizo en aquel lugar desértico fue «curar» y «dar de comer» a la gente.
La mirada compasiva sigue siendo la opción de los discípulos/as de Jesús. Más que nunca son necesarios los gestos de solidaridad que puestos en manos del Señor se multiplican en amor compasivo.

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