miércoles, 12 de agosto de 2020


 

2020 LUZ PARA ALUMBRAR

ADORACIÓN EUCARÍSTICA

En este día de adoración eucarística nos fijamos en Jesús luz del mundo. Necesitamos su luz para poder ver con claridad ante las dificultades de este momento histórico que estamos viviendo. La luz es necesaria no solo para ver el camino sino para evitar tropezar y entorpecer nuestra vida y la de las demás.

En el prólogo del evangelio de San Juan se nos dice que la Palabra vino a los suyos y los suyos no la aceptaron y esa Palabra era la luz del mundo. La luz no era para algunos pocos, sino para todo el mundo. Todo el mundo, tú y yo incluidos. Esta luz está disponible para todos aquellos que queramos aceptarla. Presente Jesús en la eucaristía le pedimos que sea él nuestra luz y brille sobre nuestras tinieblas. Que él sea la salvación para todos.

Jesús nos dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y a sus discípulos no vaciló en decirles: “Vosotros sois la luz del mundo”.

Iluminados por Cristo, nos convertimos, pues, en iluminadores de los demás. Todos necesitamos que alguien nos ilumine, nos aconseje oportunamente, responda a nuestras dudas. La luz que debe brillar en nuestras vidas es la luz del testimonio, de la palabra acertada, de la entrega generosa.

Los cristianos estamos invitados formalmente a ser luz para los demás. Se trata de que seamos luz con nuestra vida, para los que nos rodean y nos ven. Se trata de que seamos testigos de esperanza y del verdadero sentido de la vida, en medio de una sociedad muy superficial en la que se está perdiendo el sentido de Dios, el sentido de lo último. Que seamos luz para tantas personas desorientadas, que viven en crisis, en la oscuridad o en la penumbra existencial.

Siguiendo a Cristo, somos hijos de la luz. Nos dice san Pablo: “despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro… Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13, 12-14).

Somos responsables de irradiar a Cristo-luz. Somos luz para el mundo, no para ocultarla en nuestro interior, volviéndola invisible.

Semejante luz no es para el propio uso solamente, para la autocomplacencia, sino para alumbrar el camino de los otros, para la sociedad, para el mundo. A fin de iluminar las cosas y los hechos humanos, puntualizando su medida, su sentido, su valor.

La Iglesia, es decir, nosotros, no somos propiamente la luz, porque solo Cristo es la luz. Pero la Iglesia debe ser el candelabro que sostiene en alto a Cristo-luz. Toda nuestra vida ha de hacer brillar la luz de Cristo, ayudando a los demás para que no se pierdan en la noche. El símbolo de la “luz” tiene sentido abarcador: toda la verdad, todo el bien, todo el amor, la vida resucitada. Todo ello, personificado en Cristo, y transferido a sus seguidores, que han de proyectarlo al mundo.  Que el mismo Jesús nos ayude a ser luz y a serlo cada vez más. Jesús vio cómo la creación se deslizó hacia la oscuridad, prefería la noche a la luz, eligió la lejanía de Dios en vez de su presencia.

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:

-¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara? Si tú no ves.

Entonces, el ciego le responde: Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mi… No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.

Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite. Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla. El que alguien toque mi vida es un privilegio, tocar la vida de alguien es un honor, pero el ayudar a que otros toquen sus propias vidas es un placer indescriptible.

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