“Tenía que ir a
Jerusalén”, era necesario anunciar la Buena Noticia de Dios y su proyecto de un
mundo más justo, en el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía
que allí podría padecer mucho.
Pedro se rebela ante lo
que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús sufriendo. Sólo piensa en un
Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Jesús reacciona con
una dureza inesperada. Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso lo
rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice
literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende.
Jesús ya no llama a
Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; sino piedra de tropiezo y obstáculo
en el camino.
Los cristianos no
podemos ir delante de Jesús sino detrás de él. Si alguien quiere venir a por mí
... Vivir una historia con él, tiene un comienzo tan ligero y liberador: si
alguien quiere. Si queremos. Iremos o no con Él, podemos elegir, sin
imposición. Pero las condiciones son vertiginosas:
- El primero: negarse a sí mismo. Ojo con malinterpretar. Negarse a
sí mismo no significa anularse, aplastarse. Significa: dejar de pensar solo en
nosotros mismos. Nuestro secreto no está en nosotros, está más allá de
nosotros. Porque quien se mira sólo a sí mismo nunca se ilumina.
- La segunda condición: tomar la propia cruz y acompañarlo hasta el
final. la cruz, este signo muy simple, solo dos líneas, se parece a un pájaro
en vuelo, o al ser humano con los brazos abiertos. Una imagen familiar, que
cuelga del cuello de muchos, que marca cumbres, cruces, campanarios,
ambulancias. Pero su significado profundo está en otra parte. La cruz es una
locura. Un "suicidio por amor". La cruz habla de pasión por Dios y
por el hombre, consecuencia lógica.
Toma la cruz, con
pasión, es apasionarse y sufrir juntos. Porque "donde pongas tu corazón
ahí también encontrarás tus heridas".
Es el drama de
Jeremías: Quería decir basta a Dios, ya terminé con él, es demasiado. Todos
hemos sido Jeremías en algún momento de la vida. Pero, como el profeta,
“Me sedujiste, Señor, y me dejé
seducir; has
sido más fuerte que yo y me has podido”, “pero había en mis entrañas como
fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no
podía”. En nuestro corazón
hay como un fuego, aunque tratemos de contenerlo, no podremos. Dejémonos
arrastrar por este fuego y vivamos el reino de Dios ya aquí ahora.
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