2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XIX
Nos encontramos con el
episodio de Jesús que se cerca a sus discípulos caminando sobre las aguas. Jesús
está ausente al principio en esta travesía sobre el mar de Galilea. Más tarde,
en plena noche se acerca a sus discípulos de una manera insospechada. Los
discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad
de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo
único real es aquella fuerte tempestad.
Jesús les dice tres
palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”.
Solo Jesús les puede hablar así. Pedro, con su típica impetuosidad, quiere
comprobar que es realmente Jesús y además que actúa en nombre de Dios. Pide
acercarse a él caminando sobre las aguas. Pedro pretende una demostración de
fuerza, que no sirve al bien de nadie. Los milagros de Jesús son siempre a
favor de alguien, para curar, para dar de comer, para devolver la vida etc. Y,
de hecho, el milagro no tiene éxito. Pedro empieza a caminar y en este preciso
momento, justo cuando ve, oye, toca el milagro, comienza a dudar y a hundirse. Jesús
le dice hombre de poca fe ¿por qué dudaste? Hay que confiar siempre en Dios,
sin pretender los milagros facilones. Dios nunca se impone, Dios se propone.
Pero Jesús no deja que
Pedro se hunda, a pesar del viento violento su mano fuerte lo agarra. Podemos
apreciar un “crescendo”, como la escena llega, a través de las olas, de la
tormenta y de las tinieblas, al momento culminante en que Jesús se manifiesta
como salvador y protector.
Este es nuestro primer
problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros el
desaliento, el miedo y la falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos
está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e
indefensos que nunca.
Cuando Pedro es capaz
de mirar al Señor y escuchar su palabra: ¡Ven !, se arriesgar a caminar sobre
el mar, sobre las olas, a pesar de la tormenta. Pero cuando Pedro se mira a sí
mismo, a las dificultades, a las olas, a las crisis, se atasca en la duda. Si
contemplamos el obligo nos hundimos y fracasamos. Si miramos las dificultades,
si mantenemos la mirada baja, fija en los escombros, si miramos nuestros
complejos, los fracasos, los pecados, comenzamos el descenso a la oscuridad.
Pero si levantamos los
ojos al cielo y confiamos y esperamos en Jesús él siempre nos sostiene y nos
anima a continuar, a vivir, a sentir y a ser capaces de transformar las noches
en días, las tinieblas en luz pura y verdadera. Aprendamos
a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el
prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con
Jesús.
Este evangelio nos
anima a no tener miedo, a confiar y si nos entran las dudas que no nos
preocupemos, basta gritar a Jesús, en medio de la noche y él nos socorrerá y
vendrá a nuestro encuentro. Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la
purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos,
triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo
largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo
hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No
tengamos miedo.
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