2020
MEDITACIÓN
TACONES
LEJANOS
Dice la Escritura que Jesús se levantaba temprano
para hacer oración. Lo hacía así para encontrar un poco de calma, porque Dios
habla bajito y hace falta silencio para escucharle.
En esta tarde de adoración, el Señor quiere hablar con
nosotros, contigo. Te quiere ayudar. Se cumplen todas las condiciones. Estamos
en un sitio tranquilo y en un ambiente más silencioso.
Cuentan
algunos que, en un santuario, había un grupo de chicas haciendo un rato de
oración en la Capilla del Santísimo. Allí hay un crucifijo de gran tamaño, de
bronce dorado, con una expresión de serenidad y viveza tan grande que parece
que habla al que mira. Allí estaban estas chicas rezando en silencio, mientras
que se oía a lo lejos el ruido que producían unas señoras que visitaban el
Santuario: con el típico sonido que hacen los tacones lejanos. Hasta que ese
grupo de mayores decidió inspeccionar la Capilla del Santísimo, donde las
chicas empezaban a ponerse nerviosas por el trasiego de las señoras. Iban
entrando a la Capilla, mientras abrían la puerta y cuchicheaban. Y una de
ellas, que parecía ser la más enterada, refiriéndose al crucifijo dijo a media
voz, pero perceptible a todo el mundo, no sólo a la persona que le estaba
enseñando, dijo:
–
Mira, ese es el Cristo que dicen que habla... Y en aquel momento, una de las
chicas que había oído lo del «Cristo que dicen que habla», replicó con gracia:
–
Señora, habla si ustedes le dejan.
Señor que te dejemos hablar en esta tarde. Que no
nos impacientemos porque al principio no te oigamos, que no dejemos de
intentarlo.
Ahora, Jesús te oye y te ve. Aunque tú no le veas,
Él te ve. Aunque parezca que no le oyes, Él te oye. Porque Jesús se mueve,
actúa, habla, mira, siente… Es bueno que sepamos que lo que nos preocupa o nos
alegra Dios lo sabe. A Jesús le interesa mucho que le cuentes tú vida: porque de
esa conversación salen cosas interesantes. Verás todo como lo ve Él. Que hables
con Dios de Tú a tú, con tus propias palabras: pero sabiendo que lo importante
es hablar menos y a escuchar más. Debemos esforzarnos por ir a la oración sin
tacones, recogidos. Sin ruido interior. Tranquilos. Mirarle a él solo e
imaginarnos a Jesús, a darnos cuenta de que está aquí.
Entonces, en la adoración, se produce un gran milagro:
Jesús consigue que cambiemos de manera de pensar. Entramos muy enfadados con
una persona y salimos solo enfadadillos. Empezamos agobiados con algo, un
problema, una preocupación, y salimos más seguros. Así actúa Dios en el corazón
de sus hijos.
La Virgen María nos da un consejo: «haced lo que Él
os diga». Ayúdanos Madre nuestra a escucharle, y, sobre todo, a no dejar nunca
la oración.
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