sábado, 15 de agosto de 2020

 

2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XX

 El relato evangélico de hoy es impresionante. Pero esta mujer pagana demuestra su gran fe y su búsqueda perfecta del amor y todo lo hace por amor, porque el corazón de una madre nada puede detenerlo.

Esta mujer cananea y pagana, sorprende y convierte a Jesús: lo hace pasar de maestro de Israel a pastor de todas las realidades necesitadas y dolorosas del mundo.

La primera de sus tres palabras es una oración, la más evangélica, un grito: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David y de mi hija”. Y Jesús ni siquiera le dirige una palabra. Pero la madre no se rinde, y va detrás de Jesús y su grupo gritando y mostrando su dolor. Y provoca una respuesta, bastante distante y brusca: he venido solo para las ovejas de Israel.

La mujer frágil pero indomable, no se rinde; como cualquier madre de verdad que solo piensa en su hijo y en su bienestar. Se tira al suelo, bloquea el camino a Jesús y la segunda oración brota de su corazón: ¡Señor, ayúdame! Jesús sigue en su tozudez, tosco: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Pero la fortaleza e inteligencia de las madres, la fantasía de su amor responde con prontitud: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Aquí está el giro de la historia. La mujer no pretender estar sentada a la mesa del Reino, ya que no era judía, solo pretende alimentarse de las migajas que caen de la mesa. De una manera suave, la mujer demuestra una fe potente en el Dios de la vida, El Dios universal, no de tal religión o de otra, sólo del Dios que predicaba Jesús que no hacia diferencia entre todos sus hijos, blancos o negros, ricos o pobres etc.

Demuestra un Dios preocupado por el hambre de sus criaturas, por las necesidades que hay que satisfacer; El Dios de Jesús está más atento al dolor de los niños que a su creencia, que prefiere su felicidad a la fidelidad.

Jesús está como electrocutado y se conmueve: “Mujer, que grande es tu fe”. La que no va al templo, la que no lee las Escrituras, la que reza a los ídolos cananeos, es proclamada mujer de gran fe. No conoce el catecismo, pero demuestra que conoce a Dios desde dentro, lo siente palpitar en el fondo de las heridas del corazón de madre.

El dolor es sagrado, hay oro en todas las lágrimas, existe la compasión de Dios. Podrán parecer migajas, la ternura de Dios puede parecer pequeña, pero las migajas de Dios son tan grandes como el mismo Dios.

¡Qué grande es tu fe! Nos repite Jesús a cada uno de nosotros si nos dejamos llevar por los impulsos del corazón y de la ternura. Es la capacidad de la misericordia que debemos practicar siempre.

“Que se cumpla lo que deseas”, cuanto hay que aprender de esta mujer de las migajas.

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