viernes, 14 de agosto de 2020

 

2020 AÑO A SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS

Celebramos la gran solemnidad de María Asunta a los cielos, quizá este año de forma diferente a causa del Covid-19, pero igual de intenso.

La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma es el icono de nuestro futuro, una anticipación de un destino común para toda la humanidad. En el fondo está sugiriendo que Dios Padre, Creador no desperdicia ninguna de sus maravillas. El mismo cuerpo es imagen de Dios, es santo y tendrá, transfigurado, el destino preparado desde toda la eternidad.

La Asunción de María, mucho más que un privilegio exclusivo, es una indicación válida para todo ser humano. La lectura del Apocalipsis lo indica muy bien: vi una mujer vestida de sol, que estaba a punto de dar a luz, y un dragón. El signo de la mujer en el cielo evoca a Santa María, pero también a toda la humanidad, a la Iglesia de Dios, a cada uno de nosotros, que tenemos un corazón todavía vestido de sombras, pero hambriento del sol. 

Esta fiesta contiene nuestra vocación común:

- Absorber la luz, convertirnos en sus guardianes (vestida de sol), no somos la luz, pero estamos revestidos de ella para alumbrar.

- Ser portadores de la vida (estaba a punto de parir): nuestra misión es ser vida para los demás.

- Capaces de luchar contra el mal (el dragón). No ceder a la noche y a oscuridad, no ceder al mal. 

La fiesta de la Asunción nos llama a tener fe en el desenlace bueno y positivo de la historia: la tierra está preñada de vida y no vencerá la violencia; el futuro está amenazado, pero la belleza y vitalidad de la Mujer son más fuertes que la violencia de cualquier dragón

El Evangelio presenta la única página en la que dos mujeres son protagonistas, sin ninguna otra presencia que no sea la del misterio de Dios palpitando en el seno materno. En el Evangelio, las madres primero profetizan. «Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Primera palabra de Isabel, que guarda y extiende el juramento irrevocable de Dios en la Creación; y Dios los bendijo (Génesis 1:28). Esta bendición se extiende desde María a toda mujer, a toda criatura, a todo ser humano. La primera palabra, la primera germinación del pensamiento, el comienzo de todo diálogo fructífero es cuando sabes decirle al otro: bendito seas, decir bien de los demás.  Somos bendición para todos los que nos rodean. 

Y María responde con estas palabras: “Mi alma engrandece al Señor”. Magnificar significa hacerlo bien. Pero, ¿cómo puede una pequeña criatura hacer grande a su Creador? Hacemos grande a Dios en la medida en que le damos tiempo y corazón. Hacemos pequeño a Dios en la medida en que su presencia disminuye en nuestra vida. 

Santa María nos ayuda a caminar ocupados por el futuro del cielo que está en nosotros como un brote de luz. Habitar la tierra como ella, bendiciendo a las criaturas y engrandeciendo a Dios.

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