2021 AÑO B TIEMPO DE PASCUA III
Los dos discípulos de
Emaús “le reconocieron en la fracción del pan", en partir algo propio por
los demás, porque esto es el corazón del Evangelio. Partir el pan o un frasco
de perfume, como en Betania, y luego compartir el tiempo, el camino y la
esperanza. El corazón de ambos ha cambiado porque el encuentro con Jesús transforma:
Se fueron a su aldea descorazonados y desanimados y regresaron a Jerusalén sin
demora. Ya no les da miedo la noche, ya no hay fatiga, Jerusalén ya no es una
ciudad enemiga, porque el corazón está encendido, los ojos ven más allá de la
realidad. Respiran un nuevo aire porque respiran a Cristo.
Todavía están hablando,
y Jesús mismo se apareció entre ellos y dijo: Paz a vosotros. El encuentro
con Jesús inmediatamente te lleva a un estado de paz y serenidad: El Señor
Jesús entra en nuestra casa y nos trae el regalo de la paz, paz con nosotros
mismo, paz con los que están cerca y los que están lejos.
Es interesante la
lamentación de Jesús: "no soy un fantasma". Jesús
manifiesta ese deseo de ser acogido como amigo que vuelve de lejos, de ser
abrazado con entusiasmo, de ser abrazado con alegría. No podemos amar a un
fantasma. Por eso Jesús pronuncia los verbos más sencillos: Mirar, tocar, comer
juntos.
Conocían bien a Jesús,
después de tres años de acompañarle por los caminos de la vida, pero no lo
reconocen. Los discípulos les cuesta tanto comprender y aceptar la
resurrección, es un esfuerzo enorme. Pero precisamente por eso nos consuela. Porque
la resurrección de Jesús es garantía de que no es una hipótesis consoladora
inventada por ellos, sino algo que los ha desplazado, descolocado y que les
cuesta creer.
La buena noticia es que Jesús no es un fantasma, es el poder de la vida, de Dios; nos envuelve de paz,
de perdón, de resurrección. Vive en nosotros, llora nuestras lágrimas y sonríe
como nadie. Muchas veces él se coloca en nuestro lugar y nos pasan cosas
grandes, y todo se vuelve más humano y más vivo.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran
la Escritura. Es Jesús quien nos
hace comprender, no nuestra inteligencia o nuestros estudios. Por eso Jesús se
manifiesta a los sencillos y gente buena de corazón, sin tener grandes estudios
o inteligencia y sin embargo son capaces de abrirse al misterio de Dios, al
misterio de la vida.
Y el Evangelio concluye
hoy: Vosotros sois testigos de esto.
Ser testigos es nuestra misión y verdad. No somos predicadores, profesores,
palabreros, sino testigos, que tienen una gran y buena noticia que dar, y no podemos
callar porque brota del corazón y se manifiesta con las miradas y los gestos. Amén.
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