AÑO B TIEMPO DE PASCUA IV
Yo soy el buen Pastor
es un título muy original que Jesús se dio a sí mismo. Sin embargo, esta
imagen, tan querida y consoladora, no tiene nada de romántica: Jesús es el
auténtico pastor, el verdadero, fuerte, que no huye a diferencia de los asalariados,
él tiene el coraje de luchar y defender su rebaño de los lobos.
La palabra griega kalos
(buen), describe lo que es noble, sano, bueno y bello, en contraste con
lo malo y desagradable. La persona que es hermosa interiormente, es hermosa al exterior.
Entendemos que la belleza del pastor no radica en su apariencia exterior, sino
que su encanto y su fuerza de atracción que provienen de su valentía y
generosidad. También cada gesto de amor es hermoso.
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. Ofrecer
la vida es mucho más que cuidar el rebaño. Jesús no vino para traer un sistema
de pensamiento o reglas, sino para traer más vida; para ofrecer aumento,
crecimiento, florecimiento de la vida en todas sus formas.
Con las palabras: ofrezco
mi vida, Jesús no tiene la intención de morir el viernes santo. Él da
vida continuamente, sin cesar; es la actividad propia y perenne de un Dios, que
como las madres dan la vida siempre, como la vid que no cesa de llevar la savia
de las raíces a las ramas, como el manantial que da agua viva. Savia divina que
nos hace vivir, que respiramos en cada aliento.
Jesús contrasta la figura
del verdadero pastor con el del asalariado, que ve venir al lobo, abandona las
ovejas y huye porque no le importan las ovejas.
Por otro lado, toda
oveja es importante para el buen pastor y todas las criaturas están en el
corazón de Dios. Todas. Y es como si nos repitiera a cada uno de nosotros: eres
importante para mí. Y me ocuparé de tu felicidad.
Hay lobos, sí, pero no
ganarán. Quizás sean más numerosos que las ovejas, pero no son más fuertes. Las
ovejas no están solas, llevan un pedazo de Dios dentro de ellas, y son fuertes y
viven en la fuerza y en la vida del buen pastor.
El agua que no corre se estanca, se pudre y huele
mal, pero también se pudre y huele mal toda vida que no fluye (Pablo D’Ors). La vida fluye desde el buen pastor a
sus ovejas, y de oveja a oveja.
Todos los que tienen
responsabilidad sobre los demás son pastores, pero tienen que ser pastores “con olor a oveja y sonrisa de padre”
(papa Francisco); «oler a oveja» al estilo del pastor bueno del evangelio es
mostrar la humanidad que nos habita.
El pastor es el que
cuida. La cultura del cuidado, estar con él, con el otro, estar atentos y
escuchar todos sus lenguajes. Solo así podremos cuidarlo. Escuchar requiere un diálogo que
consiga un acercamiento al otro. Aceptar
lo diferente como diferente, de acogerlo y dejarnos enriquecer con ello.
Los peores rivales del diálogo son el individualismo, la envidia, los celos, el
resentimiento, el miedo, la arrogancia. Recemos por toda vocación, que todas
luchen y trabajen por el Reino y por el único rebaño del Buen pastor. Amén
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