2023 AÑO A TIEMPO DE CUARESMA II
Si hemos
experimentado al Señor Jesús en nuestra vida, ya podemos comprender mejor la
experiencia de aquellos discípulos en la montaña, experiencia que marca, que
deja huellas, que produce “un antes y un después.
Este segundo
domingo de Cuaresma nos sorprende con un Evangelio lleno de luz y de resplandor.
Pasamos del desierto y las tentaciones del primer domingo a este resplandor
total, un interior de Jesús iluminado porque es el hijo muy amado de Dios y se
traslada al exterior, a todas sus ropas y su rostro luce de manera exuberante.
Jesús toma
consigo a los tres discípulos más atentos, llama de nuevo a los primeros y los
conduce a un monte alto, “Y se
transfiguró ante sus ojos". No se relata ningún detalle, salvo el resplandor
de las vestiduras de Jesús. La luz es tan excesiva que no se limita al cuerpo,
sino que se extiende hacia el exterior, captando la materia de los vestidos y
transfigurándola. Los vestidos y el rostro de Jesús son la escritura, más aún,
la caligrafía del corazón. El entusiasmo de Pedro, esa exclamación de asombro:
¡qué hermoso es estar aquí! gritado desde el corazón. La tarea más urgente para
los cristianos es volver a sentir a Dios como un ser luminoso, soleado, rico no
en tronos y poderes, sino en amor, misericordia, acogida y aceptación; No es un
Dios que sólo se ilumina a sí mismo, sino ilumina al ser humano y a la
creación.
Viene una nube,
y de la nube una Voz, que indica el primer paso: ¡escuchadle! El Dios que no
tiene rostro, tiene en cambio una Voz. Jesús es la Voz que se ha hecho Rostro y
cuerpo. Sus ojos y sus manos son el habla visible de Dios. El camino cristiano
no es otra cosa que el esfuerzo gozoso por liberar toda la luz y la belleza
sembradas en nosotros.
Pero cuidado con
instalarnos. Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la
vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin
sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra
aspiración. Que bien se está aquí hagamos
tres tiendas…
Pero, con
frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca
que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos
deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni
asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de
quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse
solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los
maltratados.
No busquemos en
la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad
individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana. Porque una
experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los
hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más
necesitados. Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro
conformismo y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega
desde los más desvalidos.
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