EL PRINCIPADO DE UVILANDIA
Señor Jesús aquí a tu lado nos sentimos
bien y reconfortados. Tú lo sabes todo y todo te pertenece. No podemos
escondernos de ti. Haznos corresponder como es debido a tu gran inmenso amor.
Que no vayamos escatimando un esfuerzos ni sacrificios.
Había
un rey de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de
viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la
exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban
suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse
algunos lujos.
El
monarca era justo y comprensivo, y no le gustaba la sensación de meterle la
mano en los bolsillos a los habitantes de su Reino. Ponía gran énfasis,
entonces, en estudiar alguna posibilidad de rebajar los impuestos. Hasta que un
día tuvo la gran idea. El rey decidió abolir los impuestos. Como única
contribución para solventar los gastos del estado, el rey pediría a cada uno de
sus súbditos que una vez por año, en la época en que se envasaran los vinos, se
acercaran a los jardines del palacio con una jarra de un litro del mejor de su
cosecha. Lo vaciarían en un gran tonel que se construiría para entonces, para
ese fin y en esa fecha. De la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría
el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y de educación
del pueblo.
La
noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en carteles en las
principales calles de las ciudades. La alegría de la gente fue indescriptible.
En todas las casas se alabó al rey y se cantaron canciones en su honor. En cada
taberna se levantaron las copas y se brindó por la salud y la prolongada vida
del buen rey.
Y
llegó el día de la contribución. Desde temprano, empezaron a llegar de todo el
reino las familias enteras de los viñateros con su jarra, en la mano del jefe
de familia. Uno por uno subía la larga escalera hasta el tope del enorme tonel
real, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera al pie de la cual, el
tesorero del reino colocaba en la solapa de cada campesino, un escudo con el sello
del rey. A media tarde, cuando el último de los campesinos vació su jarra, se supo
que nadie había faltado. El enorme barril de 15.000 litros estaba lleno. Del
primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por los jardines y
vaciado sus jarras en el tonel.
El
rey estaba orgulloso y satisfecho; y al caer el sol, cuando el pueblo se reunió
en la plaza frente al palacio, el monarca salió a su balcón aclamado por su
gente. Todos estaban felices. En una hermosa copa de cristal, herencia de sus ancestros,
el rey mandó a buscar una muestra del vino recogido. Con la copa en camino, el
soberano les habló y les dijo:
- Maravilloso
pueblo de Uvilandia: Quiero compartir con vosotros la alegría de la corona, por
confirmar que la lealtad del pueblo con su rey, es igual que la lealtad del rey
con su pueblo. Y no se me ocurre mejor homenaje que brindar por ustedes con la
primera copa de este vino, que será sin dudas un néctar de dioses, la suma de
las mejores uvas del mundo, elaboradas por las mejores manos del mundo y
regadas con el mayor bien del reino, el amor del pueblo.
Uno
de los sirvientes acercó la copa al rey y éste la levantó para brindar por el
pueblo que aplaudía eufórico... pero la sorpresa detuvo su mano en el aire, el
rey notó al levantar el vaso que el líquido era transparente e incoloro;
lentamente lo acercó a su nariz, entrenada para oler los mejores vinos, y
confirmó que no tenía olor ninguno. Catador como era, llevó la copa a su boca
casi automáticamente y bebió un sorbo. ¡El vino no tenía gusto a vino, ni a
ninguna otra cosa...! El rey mandó a buscar una segunda copa del vino del
tonel, y luego otra y por último a tomar una muestra desde el borde superior.
Pero no hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro. Fueron llamados con
urgencia los alquimistas del reino para analizar la composición del vino. La
conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de AGUA, purísima agua y cien por
cien, agua.
El
más anciano de sus ministros de gobierno se acercó y le dijo al oído: Vuestros
súbditos son humanos, majestad, eso es todo. ¿Y si yo pusiera agua en lugar de
vino, quién podría notar la diferencia? Una sola jarra de agua en 15.000 litros
de vino, nadie notaría la diferencia, Nadie salvo por un detalle: TODOS
PENSARON LO MISMO.
Que siempre seamos leales contigo Señor
y que no intentemos esconder nada frente a ti, ni buscar otros caminos que no
sea el de la coherencia y de la sinceridad. Amén
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