Soy caminante en busca de lo alto
y por ello tengo sed, no tanto de beber,
cuanto de llegar a Dios.
Mi camino, cansado y abatido,
son pasos que conducen hacia alguien:
¿Estarás al final, Jesús?
Mi camino, sabiendo que Tú esperas,
sé que será sendero que conducirá entre pruebas y llantos
alegrías y penas, al pozo de la amistad
¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
Sentarme junto a Ti, Señor,
es contemplar la grandeza y la pobreza de mi vida
es entender que, Tú, como nadie
pones sobre la mesa aquello que, de mi vida,
muy poco o nada, me interesa pregonar ni ver.
¿Cómo me darás de esa agua viva?
¿Cómo la sacarás, Señor? ¿Dónde tienes un cántaro?
¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor! Yo soy el vaso y el cántaro
con los cuales sacarás, para mí y para los demás,
el agua viva que brota a chorros de la fuente de tu costado.
Entra, Señor, en el pozo de mi alma:
es hondo, como el de la Samaritana
con fragilidades, como la vida de la Samaritana
con sed de agua limpia, como la de la Samaritana
con sed de Dios, como la de la Samaritana.
Entra, Señor, en el pozo de mi alma
Y que, como la Samaritana, pueda decir también
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