2003 MEDITACIÓN EUCARISTICA:
SIN
JESÚS NO SOMOS NADA
Nos estamos
acercando a la celebración de la gran semana de los cristianos, la semana
santa. En ella nos daremos cuenta como Jesús es el eje de nuestras vidas porque
él fue capaz de ofrecer si vida por el bien de nosotros, por el bien de toda la
humanidad. Creyentes o no creyentes todos hemos sido salvados por su vida
ofrecida, su cuerpo entregado y su sangre derramada. Todo esto nos lleva a la
conclusión que sin Jesús no somos nada, sin él nuestra vida de creyentes es una
pura fantasía. Él da consistencia a nuestra fe y nos enseña el camino de la
entrega generosa, a la disponibilidad total de nuestra vida: con nuestro
tiempo, nuestros talentos y dones, nuestro servicio gratuito y desinteresado
por el bien de la humanidad, que se concreta en el poco de bien que podemos
hacer a los que están a nuestro alrededor o pasan simplemente por nuestra vida.
Un poco de pan, un poco de agua, vestir al que va desnudo, asistir y acompañar
al enfermo, emigrante y encarcelado, etc. Podemos hacer tanto bien y que las
personas se sientan acogidas, respetadas y amadas en lo más sencillo de la
vida. Escuchemos esta bonita historia.
EL BURRO VANIDOSO: Una vez un burro vanidoso llegó a su casa
muy contento, muy feliz, y no dejaba de sentirse orgulloso… Su mamá le
preguntó: Hijo, ¿por qué tan contento y altivo?
A lo que el burro vanidoso responde: Ay mamá, sabes
que cargué a un tal Jesucristo, y cuando entramos a Jerusalén todos me decían:
Viva, viva, salve… viva, viva… y me lanzaban flores y ponían palmas como
alfombra.
Entonces la madre le dijo: Vuelve otra vez a la
ciudad, hijo, pero no cargues a nadie, promete que no cargarás a nadie más.
Al otro día el burro vanidoso fue, y de regreso
venía llorando y muy triste, demasiado triste, y le dijo a su mamá: Ay mamá, no
puede ser, no puede ser.
Ella le preguntó: ¿Qué te pasa, hijo?
Respondió el burro vanidoso: Mamá, nadie se fijó en
mí, me echaron del lugar, pasé desapercibido entre las personas y hasta me
echaron de la ciudad.
La mamá se le quedó mirando y le dijo: Eso te pasó,
hijo, porque tu sin Jesús… ¡eres solo un burro!’.
Este bonito y
simpático cuento nos hace caer en la cuenta que sin el Señor Jesús no somos
nada, absolutamente nada. No cabe duda que hay gente que tiene el don para
poder transmitir ideas de forma clara y amena. Este texto es un claro ejemplo
de ello. Y cuán fácil resulta perder de vista lo que tenemos frente a nosotros.
Con frecuencia nos sentimos el centro del mundo, y sus alrededores; cuando
hacemos las cosas bien, cuando trabajamos por el bien común o cuando todo lo
que emprendemos parece que tiene buen resultado. A veces os sentimos los dueños
del mundo, pero la pandemia vino a recordarnos que no somos nada, que basta un
simple virus o una gripe para recordarnos que unos invisibles virus nos ponen a
moquear y sin fuerzas como cualquier desnutrido mortal.
Como nos
recuerda el aforismo latino: Errar es de humanos, no podemos extrañarnos de
cometer errores. Un santo dijo sabiamente: “Cuando
percibas los aplausos del triunfo, que suenen también en tus oídos las risas
que provocaste con tus fracasos”. Este tipo de consejos nos ayudan para que
no perdamos el rumbo y que nuestros pies estén siempre en tierra. Ya sé que
esto les sonará a algunos como una actitud inhumana por ir en contra de la
necesaria autoestima. Sin embargo, el mismo Jesús nos dice: “Aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón”, y no es la única referencia que aparece de sus
enseñanzas en los Evangelios, donde nos deja clara la importancia que le
concede Dios a la verdadera humildad. Cuando actuamos como si nunca nos
equivocáramos, estamos cometiendo uno de los más grandes errores. Pensar que
somos infalibles va de la mano con la vanidad. Inmaduros y vanidosos… nefasta
mezcla. Es tan fácil reconocer: “Me equivoqué” … y pedir perdón. Así podrían
terminar muchos problemas antes de que el viento del orgullo los convierta en
incendios forestales.
Jesús guíanos
por el camino hasta que lleguemos contigo a la pascua eterna. Amén.
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