2023 AÑO A TIEMPO DE CUARESMA III
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto
al pozo. Jesús, el Verbo hecho
carne, el Hijo de Dios, el Señor de la creación refleja una muestra de la
debilidad humana. Estaba cansado del camino. Este es el Dios que se identifica
con sus criaturas. La respuesta a todas las tragedias y necesidades humanas la
vemos en aquel Jesús sentado junto al pozo, cansado.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le
dice: Dame de beber. Esta mujer como
todos los días se acerca al pozo para sacar un poco de agua y Jesús le pide.
Jesús inicia una conversación con la mujer, y primero le pide un poco de agua
para saciar su sed. Dios se hace cercano al hombre.
Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
dice dame de beber. Como cualquiera
de nosotros, esta mujer está llena de prejuicios sociales y religiosos. Aún no
logra darse cuenta quien es el que le pide agua. Empieza con la división que
existía entre judíos y samaritanos. Ante todos estos obstáculos, la respuesta
de Jesús a nuestras vidas siempre es la misma: si conocieras el don de Dios, si
supieras quien es el que te pide, tú le pedirías a Él.
El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá
sed. Jesús no está hablando
del agua material, Él está apuntando a algo mucho más superior. Si Jesús
estuviera hablando del agua material no estaría diciendo nada fuera de lo común.
Está hablando del agua de vida; no está hablando de una sed física, sino de una
sed espiritual; no de una solución temporal, sino eterna.
Aquella mujer quiere
saciar la sed del alma con las cosas terrenales. El hombre, en esencia, nace
sediento espiritualmente. Esa sed del alma lo lleva a sentirse vacío y
necesitado de propósito; y esto lo lleva a buscar saciar su sed en lo que esté
a su alcance. Jesús no sólo le promete beber de esa agua, sino que esa agua que
beba se convertirá en una fuente impetuosa de agua de vida. Una fuente que
correrá constantemente en su ser, que brotará para vida eterna
Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu
y verdad. Una verdadera adoración
que no se limita a un pueblo, sino a todos los pueblos; una adoración que no se
limita a un lugar, sino que llena toda la tierra; una adoración que no es
exclusiva del templo físico, sino que fluye del templo del espíritu en cada
corazón.
Soy yo, el que habla contigo. Finalmente, la mujer parece empezar a entender las
palabras de Jesús. Todo esto es cierto y muy profundo, pero sólo lo
entenderemos cuando el Mesías venga y Jesús pronuncia aquellas poderosas
palabras: “Yo soy”. Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y
dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he
hecho. ¿No será éste el Cristo?
Esta mujer samaritana
tuvo un encuentro transformador con la persona de Jesús. Una mujer sedienta,
que encontró la verdadera fuente de vida: Jesús, el Cristo. De la misma manera
nosotros hoy somos confrontados con la palabra de Jesús: En la sed del Hijo de
Dios encontramos la verdadera plenitud.
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