2023 JULIO MEDITACIÓN EUCARISTICA
La historia del lápiz
Aquí estamos
Jesús sacramentado, en esta tarde calurosa. Venimos a ti para aprender en el
silencio del corazón a vivir la vida con ilusión, entusiasmo y esperanza.
Sabemos que la vida es dura y nos va puliendo poco a poco, pero que importante
es darnos cuenta de que sin tu presencia y apoyo nosotros no seriamos nada.
Escuchemos esta bonita historia del lápiz.
La historia del lápiz Erase una vez un niño, Francisco
de nombre, que todas las tardes, cuando su madre se iba al trabajo, se quedaba
en casa de su abuelo. Al abuelo le servía de distracción y entretenimiento,
pues hacía años que su mujer había muerto y desde entonces vivía solo con sus
recuerdos.
Uno de esos días, se encontró al abuelo escribiendo
una carta a un viejo amigo que vivía en Bilbao y con quien había hecho la mili
en Pontevedra por los años setenta. El niño se acercó al abuelo y le dio un
beso:
- ¡Hola, abuelo! ¡Ya estoy aquí! Hoy tengo un montón
de tarea del cole. Espero que me ayudes como siempre. La profe nos ha enseñado
hoy a hacer restas, pero me resultan muy difíciles. Cuando puedas me enseñas,
pues tú me lo explicas mejor.
El abuelo, que estaba concentrado escribiendo la
carta a su amigo, se limitó a devolver el beso y a asentir con la cabeza sin
dejar el lápiz que tenía en las manos.
Pocos minutos después, y ante el poco caso que el
abuelo le hacía, el niño le preguntó:
- ¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los
dos? ¿Es, quizá, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo al nieto: Estoy
escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras
es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El niño miró el lápiz intrigado, y no vio nada de
especial.
- ¡Pero si es igual a todos los lápices que he visto
en mi vida!
- Todo depende del modo en que mires las cosas,
respondió el abuelo. Hay en él cinco cualidades que, si consigues tenerlas,
harán de ti una persona feliz. El abuelo, dejando a un lado la carta que estaba
escribiendo a su amigo, y no queriendo perder la oportunidad que se le brindaba
en bandeja de transmitir un poco de su sabiduría, le dijo a su nieto:
- Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca
que existe una mano que deberá siempre guiar tus pasos. A esta mano la llamamos
Dios. Él siempre te conducirá por el camino recto.
De vez en cuando deberás dejar de escribir y usar el
sacapuntas. Eso hará que el lápiz sufra un poco, pero al final escribirá mejor.
Eso quiere decir que deberás ser capaz de soportar algunos dolores y reveses.
Estos aparecerán cuando menos te lo esperes, pero que deberás aceptar con
alegría porque te harán una mejor persona.
El lápiz siempre permite que usemos una goma para
borrar aquello que está mal. En la vida será bastante frecuente tener que
corregir cosas que ya hemos escrito, pero que o no están del todo bien, o que
se podrían escribir mejor.
Recuerda también que lo que realmente importa en el
lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por
lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu mente y en tu corazón. De ahí es
de donde saldrá todo lo bueno y todo lo malo.
Y la última cualidad del lápiz es que siempre deja
una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida
dejará trazos. Intenta ser consciente de cada acción, pues en cada una de ellas
podrás hacer muchas cosas buenas o malas.
Acabada la lección, Francisco se quedó mirando al
lápiz y pensando: ¡Qué listo es mi abuelo! ¡Hasta de un vulgar lápiz sabe sacar
un montón de enseñanzas!
Querido Jesús
haznos conscientes de que todos somos este lápiz cuya mano divina lo conduce a
escribir nuestra propia existencia. Que nunca nos cansemos si de vez en cuando
hay que afilarlo para que pueda escribir mejor. Pero sobre todo danos la
capacidad para cuidad el interior de nuestro corazón y de nuestra mente. Que
estemos lúcidos a la hora de analizar y sopesar las consecuencias de nuestros
actos y que nos comprometamos a construir un mundo nuevo junto a ti y tu Reino.
Amén