2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XV
Estamos ante uno
de esos momentos de cambio que afectan a todos los órdenes de la vida: cultural, religioso, económico, político,
social, ecológico.
Jesús
presenció un mundo en pleno cambio también, con la globalización de un imperio
que tuvo consecuencias muy importantes para aquel momento. Pero de ahí surgió
una nueva manera de vivir a Dios.
No fue fácil
para Jesús llevar adelante su proyecto. Enseguida se encontró con la crítica y
el rechazo. Su palabra no tenía la acogida que cabía esperar. Entre sus
seguidores más cercanos empezaba a despertarse el desaliento y la desconfianza.
Jesús les dijo lo que pensaba.
Les contó la
parábola de un sembrador para hacerles ver el realismo con que trabajaba y la
fe inquebrantable que le animaba. No hay que ceder al desaliento. Hay que
seguir sembrando. Al final habrá cosecha abundante
Debemos aprender
a sembrar como Jesús. No tener una actitud pasiva en la espera del Reino y
aprendamos a vernos como constructores activos del mismo. En cualquier caso, que
nunca nos ataque el virus de la indiferencia ante toda situación conflictiva.
El mundo es hoy una responsabilidad nuestra, cada uno en la medida de sus
posibilidades y de su entorno, pero Dios necesita que le echemos una mano
(mejor, que seamos sus manos) en corregir las desigualdades, las injusticias,
las corrupciones y las muestras de desamor y abandono que nos encontramos tan
frecuentemente.
La parábola del
sembrador usa un lenguaje que contiene más de lo que dice. Un relato mínimo,
que funciona como un motor: lo lees y enciende ideas, evoca imágenes, suscita
emociones, te pone en camino. Jesús observa la vida y nacen las parábolas.
Observa a un sembrador, y en su gesto percibe algo de Dios. Toma historias de
la vida y las convierte en historias de Dios.
La voz viva de
Jesús dijo “el sembrador salió a sembrar”. Quizá sea uno de los nombres
más bellos de Dios. Un sembrador ilógico, que arroja las semillas incluso en
las piedras, las espinas, en el camino. Un soñador que ve vida y futuro en
todas partes, convencido de que incluso la maleza puede transformarse en
jardín.
Jesús tiene una
visión apasionante del mundo: es como un vientre, la tierra está preñada, todo
alrededor está brotando, granando, madurando. El Reino se refleja en la confianza
en la vida que crece. El sembrador, del que se diría que es distraído o
descuidado, es en cambio nuestro Dios que quiere abrazar la imperfección del
campo, y nadie queda excluido. Estamos heridos, apagados, duros, espinosos,
inacabados, todos nosotros, pero Él abraza nuestra imperfección, porque nos ve
más allá de nosotros, nos ve como vientres, historia puesta en marcha, ve
primaveras en nuestros inviernos, y futuras espigas, profecía de hambre
saciada. De hecho, el verbo central de la parábola es "dio fruto". La
ética del Evangelio es una ética del fruto, no de la perfección; una ética de
la cosecha abundante. Cada corazón es un puñado de tierra capaz de hacer brotar
las semillas.
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