sábado, 22 de julio de 2023

2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XVI

 

Jesús quiere hacernos comprender la dimensión del Reino a través de tres parábolas. Son parábolas ligeras y poderosas que, cuando se acogen, puede cambiar nuestra relación con Dios, llevándonos de lo negativo a lo positivo, de una mirada que juzga a otra que abraza. Los ojos de los siervos se fijan en la cizaña, los del amo en el grano.

Cuestión de prioridades: ¿quieres que vayamos a arrancarlo? La respuesta es clara: no, porque pones en peligro el trigo, que es lo primero y vale más. El Dios de la paciencia campesina utiliza otros métodos. Él no es destructor, Él siembra; Él no destruye, Él crea.

La voz del instinto nos sugiere arrancar de una vez nuestros defectos, lo pueril, erróneo, inmaduro, defectuoso que hay en cada uno de nosotros. Pero el Evangelio nos dice: ten paciencia, no te precipites, no derribes. No somos nuestros defectos, sino nuestras maduraciones. Valora todas las energías positivas, las semillas de vida, de generosidad, de belleza, de paz, de justicia que Dios ha sembrado en ti. Dejemos que afloren con toda su fuerza, y disminuirá la cizaña.

El dueño del campo no teme que prevalezca la cizaña, confía en que vencerá el trigo. El mal no revoca el bien; es el bien el que revoca el mal en la vida. Debemos actuar como Dios con la creación: para vencer la oscuridad de la noche ilumina cada día su mañana; para vencer el invierno envía el sol de la primavera; para hacer florecer la estepa hace volar por el aire millones de semillas.

Nuestra conciencia madura, clara y sincera debe centrarse no tanto en las faltas, sino en lo bueno y bello que se ha sembrado en nosotros. Entonces, nuestro esfuerzo será dejar que maduren en nosotros y en los demás las semillas divinas, los talentos, las potencialidades, los gérmenes del cielo. Dejemos que estallen en todo su poder, en toda su belleza, y veremos cómo las fuerzas del bien empujan más lejos la noche.

También les habló de la parábola del grano de mostaza, muy pequeño, pero crece y se hace un gran arbusto y de la levadura que se coloca en la masa de harina para fermentarla.

Con el reino de Dios sucede como con la «levadura», que fermenta toda la masa. Dios no viene a imponer desde fuera su poder, como el emperador de Roma. Viene a trasformar la vida desde dentro, de manera callada y oculta. No se impone, sino que trasforma; no domina, sino que atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.

Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el evangelio. Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano.

 

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