2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XVI
Jesús quiere
hacernos comprender la dimensión del Reino a través de tres parábolas. Son
parábolas ligeras y poderosas que, cuando se acogen, puede cambiar nuestra
relación con Dios, llevándonos de lo negativo a lo positivo, de una mirada que
juzga a otra que abraza. Los ojos de los siervos se fijan en la cizaña, los del
amo en el grano.
Cuestión de
prioridades: ¿quieres que vayamos a arrancarlo? La respuesta es clara: no,
porque pones en peligro el trigo, que es lo primero y vale más. El Dios de la
paciencia campesina utiliza otros métodos. Él no es destructor, Él siembra; Él
no destruye, Él crea.
La voz del
instinto nos sugiere arrancar de una vez nuestros defectos, lo pueril, erróneo,
inmaduro, defectuoso que hay en cada uno de nosotros. Pero el Evangelio nos
dice: ten paciencia, no te precipites, no derribes. No somos nuestros defectos,
sino nuestras maduraciones. Valora todas las energías positivas, las semillas
de vida, de generosidad, de belleza, de paz, de justicia que Dios ha sembrado
en ti. Dejemos que afloren con toda su fuerza, y disminuirá la cizaña.
El dueño del
campo no teme que prevalezca la cizaña, confía en que vencerá el trigo. El mal
no revoca el bien; es el bien el que revoca el mal en la vida. Debemos actuar
como Dios con la creación: para vencer la oscuridad de la noche ilumina cada
día su mañana; para vencer el invierno envía el sol de la primavera; para hacer
florecer la estepa hace volar por el aire millones de semillas.
Nuestra
conciencia madura, clara y sincera debe centrarse no tanto en las faltas, sino
en lo bueno y bello que se ha sembrado en nosotros. Entonces, nuestro esfuerzo
será dejar que maduren en nosotros y en los demás las semillas divinas, los
talentos, las potencialidades, los gérmenes del cielo. Dejemos que estallen en
todo su poder, en toda su belleza, y veremos cómo las fuerzas del bien empujan
más lejos la noche.
También les
habló de la parábola del grano de mostaza, muy pequeño, pero crece y se hace un
gran arbusto y de la levadura que se coloca en la masa de harina para
fermentarla.
Con el reino de
Dios sucede como con la «levadura», que fermenta toda la masa. Dios no viene a
imponer desde fuera su poder, como el emperador de Roma. Viene a trasformar la
vida desde dentro, de manera callada y oculta. No se impone, sino que
trasforma; no domina, sino que atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en
su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y
su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.
Los seguidores
de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad tratando de imponernos para
dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. Hemos de vivir «dentro»
de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo
actual, y aportando nuestra vida trasformada por el evangelio. Hemos de
aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que
necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para
dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano.
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