2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XIII.
SAN PEDRO Y SAN PABLO
El evangelio de esta semana es desconcertante. Se ponen en
boca de Jesús palabras que no son precisamente ni humildes ni mansas. “El que
quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. “El que no
coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”. La manera de hablar semita, por
contrastes excluyentes, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las
frases literalmente.
El amor al padre o la madre y a Jesús no se puede comprar
porque son realidades de distinta naturaleza, ni se puede decir que uno es
“más” que otro. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a
las criaturas, mucho menos con el amor a una madre. Jesús nunca pudo decir esas
palabras con el significado que tienen para nosotros hoy. ¿Quién sería digno del
Señor? Padre, madre, hermanos, hijos son las personas más queridas para nosotros,
imprescindibles para vivir de verdad. Son las que me empujan cada día a ser
verdadero, auténtico, a convertirme en lo mejor de lo que puedo llegar a ser. No
es una competición de emociones y sentimientos. Nuestro corazón es tan grande
que tiene distintos apartados para amar: amar a Dios, amar a los padres, amar a
los hijos, amar a los amigos, etc son distintos amores. Lo importante es que en
cada apartado no lo ocupe otro que no le corresponde.
Jesús nos habla también de perder la vida que no es ser
asesinado: una vida sólo se pierde como se pierde un tesoro, regalándolo. Sólo
poseemos lo que hemos dado a los demás. Como la mujer de Sunem en la primera
lectura, que da al profeta Eliseo pequeñas porciones de su vida, pequeñas
cosas: una cama, una mesa, una silla, una lámpara, y recibe a cambio un hijo, una
vida con futuro.
Jesús nos dice que ser testigo cristiano no es propagar doctrinas,
sino tener la actitud existencial del Crucificado, el estilo como perciben la
realidad de la vida los crucificados del mundo. Nunca hay que olvidar que “el
llevar la cruz”, es llevar la cruz del testimonio, el estilo de vida que vivió
Jesús, para nosotros es el “cada día”, todos los días.
Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y de San Pablo, las
columnas de la Iglesia. Pedro era una persona normal, un pescador de Galilea,
de carácter directo, impetuoso. Vivía del trabajo de sus manos en el mar. Pero
hubo algo que cambió su vida: el encuentro con Jesús de Nazaret. Desde el
primer momento, Pedro quedó prendado, entusiasmado, cogido, seducido… por
Jesús. “Venid tras de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al
instante las redes y lo siguieron”. Jesús resucitado salió a su encuentro y le
acogió, le perdonó y le puso al frente de su iglesia. Solamente le pidió que no
dejase de amarle: “Pedro ¿me amas?”. Y Pedro nunca dejó de amarle.
La vida de San Pablo se divide en un antes y un después del brusco
y, a la vez, reconfortante encuentro con Jesús. Su corazón quedó totalmente
cogido por Jesús, como lo prueban algunas de sus expresiones: “Para mí, la vida
es Cristo”. Pablo predica a Cristo y su evangelio y quiere extenderlo no solo a
los judíos, sino principalmente a los gentiles, a todo el mundo.
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