2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XVII
La liturgia de este
domingo propone un texto que nos invita a mirar adentro. Y con una visión muy
positiva. No tenemos que ir a buscar nada fuera. Ni los triunfos, ni la
tranquilidad, ni la seguridad. Los motivos del gozo y la paz están ahí para
quien quiera despertar. En el centro del corazón hay un tesoro escondido.
Nuestra vida es tan valiosa como una perla preciosa. Merece la pena cualquier
esfuerzo –vender todo cuanto tenemos– para encontrar todo cuanto somos.
El protagonista de la primera parábola es un hombre
con suerte. Mientras camina por
el campo, encuentra un tesoro. Su primera reacción es esconderlo. Repuesto de
la sorpresa, se llena de alegría y decide apropiarse del tesoro, pero
legalmente. La única solución es comprar el campo. Es grande y caro. No
importa. Vende todo lo que tiene y lo compra. Entrar en el Evangelio "es
como entrar en un río de alegría" (Papa Francisco), respirar aire fresco.
¡Dios establece con nosotros la pedagogía de la alegría! No nos privemos de un
solo día feliz.
El protagonista de la segunda parábola es distinto, no pierde el tiempo paseando por el
campo. Es un comerciante concienzudo
que va en busca de perlas de gran valor. No la encuentra por casualidad, va
tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío, no salta de
alegría cuando la encuentra, pero hace lo mismo que el primero: vende todo lo
que tiene para comprarla.
El caminante y el
comerciante venden todo, pero para ganarlo todo. No pierden nada, lo invierten.
Hacen un trato. Así somos los cristianos: elegimos y, eligiendo bien, ganamos.
No somos mejores que los demás, sino más ricos: tenemos un tesoro de esperanza,
de valor, de libertad, de corazón, de Dios.
Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan
también a un examen de conciencia.
El cristiano, con su actitud, es quien revela a los demás el valor supremo del
Reino. Si no nos llenamos de alegría al descubrirlo, si no renunciamos a todo
por conseguirlo, no haremos perceptible su valor. Lo que sucede con Dios es lo
que sucede a quien encuentra un tesoro o una perla: un vuelco total y gozoso
que sobrecoge la existencia, algo que marca la diferencia entre el antes y el
después.
La tercera parábola empalma muy bien con las dos anteriores. Hay gente dentro de
la comunidad que no vive de acuerdo con los valores del evangelio, que no
mantiene esa experiencia de haber descubierto un tesoro o una perla. La
respuesta es muy dura, se separarán los peces buenos y los malos.
Tesoro y perla son los
nombres que el enamorado da a su amor. Hermanos debemos sentirnos como el caminante
afortunado y el rico comerciante, porque conocemos el placer de creer, el
placer de amar a Dios: una fiesta del corazón, de la mente, del alma. Demos
gracias a Aquel que nos hizo tropezar con un tesoro, con muchas perlas, por
muchos caminos, por muchos días de vida.
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