sábado, 7 de septiembre de 2024

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO XXIII

La liturgia de este día nos invita a abrir los oídos para escuchar y acoger la Palabra; pero también a pronunciar con los labios y con acciones la riqueza de nuestra fe. Este doble e inseparable movimiento, de acogida interior y de anuncio a los demás, configura nuestra vida como discípulos. ¡La Buena Noticia, recibida y contagiada a otros, sigue teniendo fuerza y fuego!

A nuestro alrededor se multiplican las malas noticias. No es nada nuevo, pero nos vamos acostumbrando a ello, y se debilita la esperanza, la confianza en la humanidad y la certeza de que Dios lo ha creado todo, y a todos, por amor. Se resquebraja la comunicación en todos los ambientes, y crecen las sospechas, el individualismo y las relaciones desde detrás de la pantalla. Por eso, necesitamos en este domingo escuchar a Jesús pronunciar la palabra que nos sana: “Ábrete” y permitir que sea Él quien toque nuestros oídos, sane nuestra lengua, y nos permita sentirnos personas y creyentes en comunicación y diálogo con este mundo.

La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más solas.

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie.

Ese sordomudo tiene suerte, y no por la curación, sino porque está rodeado de amigos que se preocupan por él: y le llevan a Jesús. Y le rogaron que pusiera su mano sobre él. Pero Jesús hace mucho más: se lo lleva aparte, lejos de la multitud: No importa si es santo o pecador. Lo toca y coloca sus dedos sobre los oídos del sordo, como una caricia. Es la ternura de los gestos.

Jesús obra la curación de los sentidos, y para ello se sirve de todos ellos; manos, ojos, oídos, boca, para devolvernos a la esencia de la vida, pues necesitamos los sentidos para percibir el mundo.

Mirando al cielo, dejó escapar un suspiro y dijo: ¡Effetà! En arameo, su dialecto, su lengua materna. Ábrete, como abrimos las ventanas al sol, una puerta a un invitado, los brazos al amor. Una vida curada es la que se abre al mundo: e inmediatamente se abrieron sus oídos, se soltó el nudo de su lengua y habló correctamente. En realidad, no se trata del órgano físico del oído, en realidad está escrito que «los oídos» se abrieron. Se abrió el entendimiento. Si no sabes escuchar, pierdes el habla. Y sólo puede hablar quién sabe escuchar. Ojalá tengamos un corazón que escuche. Entonces surgirán pensamientos y palabras que nos sacarán del aislamiento. Si abres tu puerta, llega la vida.

 

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