sábado, 21 de septiembre de 2024


 

2024 TIEMPO ORDINARIO XXV

 

Jesús, camino de Jerusalén, les indica el destino que le espera. Su entrega al proyecto de Dios no terminará en el éxito triunfal que imaginan sus discípulos. Al final habrá resurrección, pero, aunque parezca increíble, Jesús será crucificado.

Sin embargo, los discípulos no le entienden. Les da miedo hasta preguntarle. Ellos siguen pensando que Jesús les aportará gloria, poder y honor. No piensan en otra cosa. Al llegar a Cafarnaúm, Jesús les hace una sola pregunta: ¿De qué discutíais por el camino?

Por el camino discutían quien era el más importante. Imaginad la decepción de Jesús que les habla de su destino final sufriente y ellos ignorándolo se preocupan del poder y la gloria humana.

Jesús se sienta y los llama. Lo que va a decir no ha de ser olvidado: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. En su movimiento no hay que mirar tanto a los que ocupan los primeros puestos y tienen renombre, títulos y honores. Importantes son los que se dedican sin ambiciones y con total libertad a servir, colaborar y contribuir al proyecto de Jesús. No lo hemos de olvidar: lo importante no es quedar bien, sino hacer el bien siguiendo a Jesús.

El Señor Jesús nos muestra su pedagogía recordándonos que no es el poder, la fama, la gloria, el dinero, el éxito, lo que llena el corazón del ser humano. Les hace una reflexión y les muestra un gesto. Solamente sirviendo a los demás, el corazón del hombre llega a la plenitud. Para ser primero hay que ser últimos y servidores de todos.

Colocar a un niño, los más pequeños y vulnerables, los que no cuentan, a los que nadie echa cuentas, y ponerlo como modelo de cómo han de ser las personas: sencillas, sinceras, espontáneas, vulnerables.

Quien acoge a un niño, ¡me acoge a mí! Y esto significa que, como todo niño, Dios debe ser protegido, cuidado, ayudado, acogido, porque quien acoge a un niño me acoge a mí, acoge al Padre.

Sólo tendremos futuro cuando sepamos acoger a los desesperados, a los pequeños, se considere acoger o rechazar a Dios mismo. Si queremos un mundo verdaderamente humano y fraterno no hay otro camino que partir de los más necesitados. Esto es la fe, que se apoya en la justicia.

Los más vulnerables y pobres saben vivir como los lirios del campo y las aves del cielo. Intentémoslo también nosotros: cuando nos sintamos sin apoyo y sin esperanza, recordemos a ese niño abrazado, y también nosotros, como él, sentiremos la tibia maravilla de los brazos de Dios.

El que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado: No es sólo su palabra, es que su vida es testimonio de la Promesa del Amor de Dios. Dios vive en nosotros y se nota en nuestras actuaciones, comportamientos y gestos.

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